Cada año me sorprende nuestra Feria de Mayo porque, como alguien dijo, si en un cuadro la pintarán en el cabrían todos los colores. Una feria llena de singularidades, que representa todo y nada, grandeza o miseria, rincón cubano o pasodoble, pensamiento ortodoxo o revolucionario, puro clasicismo, o lo contrario. Una feria que es la casa de Córdoba entera. La única que así lo lleva a gala. Porque no hay barreras, ni puertas cerradas.

Pero si algo la hace diferente son, sin duda, sus mujeres. Cada año tengo la satisfacción de acompañar a foráneos a recorrer nuestra Feria y cada año me sorprendo de que no sea esa inmensa y singular portada lo que los deja impactados, ni siquiera la variedad de casetas para todos los gustos y colores, ni los caballistas, ni los maravillosos carruajes, ni la noria, ni la tómbola... nada. Lo que a todos deja maravillados es que nuestra Feria de la Salud, en honor a otra dama, es un poliedro perfecto de femeninas singularidades, de mujeres que conforman la esencia de Córdoba siendo ellas el mejor reclamo.

Mujeres de cabello oscuro o claro, de ojos grandes y también almendrados, amazonas o gitanas, con talles ceñidos, volantes al bies o enaguas de colores; mujeres con pelo suelto, con moños deshechos, con trenzas recogidas o colas de caballo, pero siempre coronadas con manojos de flores de colores que parece estuvieran allí plantados; mujeres con mantoncillos de colores, alfileres de plata y flores bordadas que recorren sus espaldas infinitas para rematar el talle hasta las caderas. Mujeres también con minifaldas o pantalones, con camisetas de Zara, o con finas camisas de seda; con alpargatas de esparto, con tacones de aguja o con sandalias de tiras atadas. Mujeres solas, mujeres acompañadas, mujeres, siempre mujeres de Córdoba en cada esquina, porque Córdoba, como su Feria, son todas ellas.

Así que cuando queda el dulce final de este Mayo Festivo, les recuerdo lo que dijo Helvia Paulina en el Pregón por el que tantas felicitaciones inmerecidas me han dado --muchas gracias, de corazón--, pese a que no fui yo, sino ellas, las mujeres silentes de la historia que han tejido nuestra simiente, las que rindieron con mi voz los honores a nuestro mes más aclamado: «Sean felices desde su interior, séanlo con las cosas más simples, que más tarde de lo deseable anochecerá. Paseen por Córdoba, huelan el azahar y no esperen mucho más de la vida, porque en estos pequeños disfrutes, reside la esencia de todo».

Ah, y se me olvidaba --esto es mío-- para el próximo año no teman al polvo de nuestra Feria, porque como escribió su hijo Séóneca «el colmo de la infelicidad es temer algo cuando ya nada se espera».

* Abogada