Si como se dice, la cara es el espejo del alma, es evidente que la jeta de Harvey Weinstein le declara culpable. El careto del fulano, al que ahora acusan las estrellas de Hollywood, sería el del tramposo en las películas de Tarantino, el del usurero en los cuentos de Dickens y el del reo en el patíbulo. Basta con echarle una mirada a las fotos en las que ahora le vemos, eso sí, siempre rodeado de mujeres despampanantes que sonríen a su lado, o enganchadas a su brazo pisando la alfombra roja. Supongo que esas bellezas van a comenzar a ser borradas no tardando mucho, al modo en que la censura franquista hacía crecer el arroz sobre los muslos de la Mangano, o el aparato de Stalin hacía desaparecer a Trosky de las fotos donde estaba a su vera. En las primeras informaciones que empezaron a darse del fulano, y en un reportaje de glamurosos momentos lanzado en el Telediario, me llamó la atención que, estando ya acusado en la entradilla a la información, en cada plano salía Harvey con una mujer distinta, a cual más bella, pues todas eran actrices del star system, las más famosas, las más apreciadas y cotizadas. Quiero con esto decir que la sensación que dan esas imágenes, a la vista de todo el mundo, no son para nada de mujeres forzadas, vejadas u obligadas a dorarle la píldora al crápula. En cambio ahora, después de la publicación sorpresa aparecida en The New York Times, donde se le acusaba de haber abusado de algunas de las actrices que trabajaron para él o pretendían hacerlo en sus películas, Weinstein ha sido descendido a los infiernos, Hollywood le repudia, su mujer le pide el divorcio públicamente -que es como se llevan estos asuntos, a lo Sálvame-, Obama y los Clinton le censuran y una nómina de las actrices más famosas como Gwyneth Paltrow, Angelina Jolie o Cara Delevinge, entre varias decenas más, y algún actor como Brat Pitt o Ben Affleck, ahora le desprecian. A tal punto ha llegado el exorcismo que hasta Penélope Cruz ha salido disculpándose por haberle mentado cuando recogía su Oscar por Vicky Cristina Barcelona. Y todo este escandalazo, lágrimas y melodramas incluidos, está muy bien si pone coto a los abusos de poder y de género en una selva llena de peligros como debe ser la fantasía de Hollywood, donde, cuando desaparece la ficción, emerge la triste realidad con su aspecto más cutre. Mas, por qué ahora este ataque fulminante si ya en 2004 una actriz, no tan famosa por supuesto, denunció los abusos del lascivo productor y nadie le hizo caso. Solo el lenguaraz de Trump, que conocía al abusón, ha dicho que tal cosa no le sorprende lo más mínimo. Todo esto me recuerda el caso del depravado presentador de la BBC Jimmy Savile, que estuvo medio siglo abusando de niños y nada se supo hasta después de su muerte.

* Periodista