A pesar de que ya llevamos bastantes años recurriendo sin cesar a la palabra globalización, rara vez la habremos pronunciado sin percibir que hay algo que desafina. Como que en su construcción todavía falta algún que otro ingrediente, se han trastocado los planos, o aún no se han resuelto algunas trabas. Aquel ilusionante proyecto globalizador de hace décadas, más teórico que real, resultó idóneo para irle engranando las nuevas posibilidades que ofrecía un boom tecnológico tan acelerado que, hayamos querido o no, nos ha ido arrastrando a todos hacia un cambio en la forma de ver y entender el mundo, las relaciones y a la sociedad misma. Una Nueva Era, la era de las tecnologías de información y comunicación (TIC). Un salto vertiginoso a todos los niveles en comunicaciones, transporte, movilidad, sistemas de información, y recursos productivos. Seguramente a los millennials y gente más joven no les extrañe nada de lo que les rodea a día de hoy, pero los que pertenecemos a las generaciones precedentes, sobre todo los que ya éramos adultos en los ochenta, aún guardamos recuerdos de aquel mundo mecánico/analógico y casi autárquico dejado atrás y que ahora nos parece tan radicalmente distinto al actual.

Aquella gran globalización que imaginábamos antes de que existiese, la que habría de venir de la mano de las TIC para expandir la democracia hasta el último rincón del planeta, la que sería capaz de acabar con el hambre y la enfermedad en el mundo, o la que allanando el acceso al conocimiento daría oportunidades a todos los individuos para una más equitativa distribución de la riqueza, se quedó en mera utopía y no la hemos llegado a conocer. Conforme se hacía realidad, su resultado se iba distanciando poco a poco de la idea inicial. No sabría decir cuánto tuvo de coincidencia y cuánto de causa-efecto, pero el hecho de que este desarrollo tecnológico fuese simultáneo con el desplome del bloque soviético, la reunificación de Alemania, la disolución del régimen comunista de la URSS, o con las políticas liberales aplicadas en los mandatos de Reagan y Thatcher, configuró una globalización vestida de puro capitalismo cuya meta fundamental fue, y ha continuado siendo, la expansión de los mercados.

Bajo esas circunstancias, y habiéndonos ido alejando por el camino cada vez más de la utopía, los Estados se enfrentan ahora a la merma de su soberanía bajo el poder de las grandes corporaciones multinacionales; la riqueza, lejos de redistribuirse, se concentra y polariza cada vez más; las diferencias norte-sur se acentúan generando radicalismos antiglobales tanto localistas como supremacistas, véase el auge de los nacionalismos, y también guerras, que para mayor conflicto impulsan todo un proceso migratorio de refugiados sin solución por el momento.

Y como broche de oro a ese escenario, surge un covid-19 que en no más de tres meses se ha convertido en pandemia a lomos de los flujos de movilidad inherentes a ese mercado global. Un desastre inimaginable que de un plumazo ha confinado en sus casas a más de un tercio de la población mundial. Un confinamiento que, aunque duro, no deja de ser un perjuicio menor en comparación con padecer la enfermedad, perder a un ser querido sin poderlo despedir, tener que estar en primera línea, o verse de la noche a la mañana sin empleo o arruinado. Una catástrofe sin precedentes en el último siglo que con el «sálvese el que pueda» esgrimido por algunos países (demasiados) nos ha demostrado que, efectivamente, a la globalización le faltaba algo o peor aún, nunca ha existido más allá de lo comercial. Se está especulando mucho en estos días sobre cómo será esto o lo otro cuando la pandemia se controle y recuperemos una situación que califiquemos de normalidad. Nadie lo sabe. Aunque pienso que ahora la Humanidad tiene algo que nunca antes tuvo, y es el aprendizaje de haber compartido esta dura experiencia al unísono por todos los hombres y mujeres que pueblan el planeta. Mas allá de fronteras, estatus, religión, raza, género, cultura... Puede que fuese el elemento que le faltaba a aquel proyecto utópico. Tras este trauma, las relaciones globales no se podrán sustentar únicamente en la diferencia o superioridad tradicional como se ha venido haciendo, tendrán un nuevo pilar: la conciencia de fragilidad común a todo ser humano.

* Antropólogo