Han pasado muchos milenios desde que Arquímedes de Siracusa descubriera su principio, el principio de Arquímedes. Acontecimiento que ocurrió entre los años 287 a.C. al 212 a.C., pronunciando, entonces, aquella palabra que se hizo famosa: Eureka. Estamos en el primer tercio del siglo XXI y aun nadie ha sido capaz de pronunciar esa deseada palabra que nos alegraría al conocer que el cáncer se cura al 100%.

Según las últimas estimaciones de la Agencia Internacional para la Investigación del Cáncer, organismo dependiente de la OMS, unos 18,1 millones de personas en el mundo padecerán cáncer en el año 2018, y de ellas, unos 9,6 millones morirán por dicha terrible enfermedad. Y en España, según dichas estimaciones, unas 270.000 serán diagnosticadas de cáncer, y de ellas, unas 113.000, morirán por dicha causa.

La génesis del cáncer podría describirse de esta manera: de la noche a la mañana, una célula, de repente, se hace anormal, anárquica, destructora e invasora, sin que el sistema inmunológico detecte dicha transformación, su reproducción y la proliferación de sus tentáculos metastásicos, creciendo a su libre albedrío, haciendo daño, y, erre que erre, engañando y traicionando para conseguir su objetivo. Si existe una predisposición genética a desarrollar, en algún momento de nuestra vida, un cáncer, por parte de las sociedades científicas investigadoras, se tendrían que hacer comparaciones entre los mapas genéticos de hombres y mujeres de alta longevidad, con mapas genéticos de aquellas personas que mueren jóvenes por culpa de algún tipo de cáncer, y, de esa forma, descubrir los marcadores tumorales específicos. No sé si esto se está haciendo, pero, ojalá, ese ¡eureka!, de algún sabio investigador, llegue pronto. ¡Para ello, menos políticos poltroneros y más investigadores!