La foto es fea. Ámbito hospitalario, mascarillas, jeringuilla... Sin embargo, es la imagen más bella de un año catastrófico. Margaret Keenan, 90 años, ha sido la primera persona en recibir la vacuna contra el coronavirus. Y todo es esperanza en esa escena. Es el inicio del fin de la pesadilla. Es, también, el compromiso con los mayores, los que han engrosado de un modo trágico la estadística de la muerte. En la vacuna está el anhelo de la normalidad, del retorno a los días de los abrazos y los encuentros sin restricciones, de las persianas abiertas y el regreso de tantos al empleo; de los viajes y los proyectos. Sí, todo ello regresará. Y quedará el recuerdo. La memoria de unos meses que nos expusieron a la soledad, la pérdida y el desamparo. El virus desnudó, sin paliativos, las flaquezas del sistema de cuidados.

Bienvenida la vacuna, pero que no nos inocule el virus del olvido. Urge transformar el modelo de residencias, replantear su propia concepción. Como Keenan, los mayores serán los primeros en recibir la vacuna. Después, el compromiso social y político debería tomar el relevo para hacer de las residencias verdaderos lugares de vida.

* Escritora