Vivimos en una época de conceptos. De hecho intentamos conceptualizarlo todo pues de esta manera creemos que así podremos entender mejor la realidad que nos rodea. E incluso a través de esos conceptos pretendemos entendernos mejor a nosotros mismos. Probablemente los conceptos nacen de las mentes de los filósofos o científicos con las mejores intenciones, pero sucede que una vez paridos acaban en la mayoría de las ocasiones convertidos en meros eufemismos coloquiales que las más de las veces nos sirven para ironizar sobre la realidad.

Por ejemplo, a la senectud o la vejez, desde hace tiempo y ahora se le llama tercera edad, como si llamándola así liberáramos a nuestro subconsciente colectivo de la impresiones emocionales que el hecho natural del envejecimiento tiene tanto en la experiencia propia como en la de los demás con respecto a nosotros. Aunque si lo contemplamos desde un punto de vista sociológico más que psicológico podemos encontrarle más sentido pues se trata de grupos de personas con una serie de características similares. Pero en el fondo de la cuestión lo que nos preocupa a todos más tarde o más temprano no es el envejecimiento en sí mismo, pues es algo inevitable, sino si sabemos envejecer. Está claro que si llegamos hasta ese punto del razonamiento es porque entendemos que envejecer es un arte que comienza en la misma juventud. No vale con darse cuenta de esto cuando nos jubilamos. Tal vez a eso deba el sentido del concepto de envejecimiento activo dado por la Organización Mundial de la Salud: “proceso por el que se optimizan las oportunidades de bienestar físico, social y mental durante toda la vida, con el objetivo de ampliar la esperanza de vida saludable, la productividad y la calidad de vida en la vejez”. Si no se entiende así, acabará en otro eufemismo donde la ironía pintará viejos que no paran quietos; esto es activos.

* Mediador y coach