Envueltos en titulares de prensa donde priman los rifirrafes políticos que a nada conducen o, más a nivel local, esos proyectos de ciudad que, más pronto que tarde, se quedan siempre atrancados en esta Córdoba de corazón con freno y marcha atrás, nos dejamos llevar por la frustración de los esfuerzos inútiles, que nos ponen melancólicos, y pasamos por alto el otro lado de la moneda, el de los sueños que sí llegan a buen puerto, lo que a veces no es nacer, sino mantenerse vivos a lo largo del tiempo. Si se fijan, en este sentido las mayores satisfacciones vienen de la mano de la cultura; de la cultura que no es flor de un día, sino de la cultura del pensamiento, el arte y el patrimonio, que permanece y se lega de generación en generación con el orgullo y la seriedad que reclama todo lo valioso. Y ahí están instituciones centenarias cordobesas para demostrarlo, como la Real Academia, que aun sin sede propia se esfuerza por levantar cada día su tercer siglo de vida --ahora con la dirección de José Cosano, que es una máquina de pensar y ejecutar de inmediato--, o dos centros del saber y el arte acumulados que celebran su 150 aniversario: el Museo Arqueológico y la Escuela de Arte Mateo Inurria.

El Arqueológico, como recordaba recientemente su directora, María Dolores Baena, cumple en el 2017 ese siglo y medio de vida, que centrará todo el programa de actividades del año, con el paso firme que otorga una impecable trayectoria museológica en continua relación con la ciudad y sus instituciones, y el hecho de haber estado desde sus comienzos en 1867 ligado a la actividad y a la investigación arqueológicas. Años en que el museo crecía en su repercusión social y por supuesto en piezas. Y ahí está la espina de la rosa, porque ese constante crecimiento demanda un espacio físico, capaz de albergar todas las colecciones, que tarda demasiado en llegar.

En cuanto a la Escuela de Arte Mateo Inurria, que prolonga hasta el 28 de febrero los actos del 2016 con la exposición en la Sala Orive de obras de sus actuales profesores, ha sido y es un ejemplo de cómo reglar sabiamente la enseñanza del arte sin coartar el aliento y genio de los creadores. En ella han dado lo mejor de sí artistas hoy consagrados, «y la vida del centro es parte de la misma vida de Córdoba», en palabras de su director, Miguel Clementson. Y seguirá siéndolo, porque la cultura con mayúsculas permanece.