La reunión anual del Círculo de Economía en Sitges es desde hace años una cita de referencia, que aborda con claridad los problemas y los retos que plantea una economía crecientemente globalizada, un fenómeno irreversible por más que los populismos de todo pelaje --con la Administración de Trump a la cabeza-- quieran frenarlo recurriendo a la demagogia. La poderosa emergencia de la llamada nueva economía es una característica del mundo actual, y a menudo su relación con la economía tradicional no es fácil. Por eso tiene especial valor que ayer se pudieran escuchar opiniones de conspicuos representantes de ambos mundos. Porque tan peligroso resulta el inmovilismo como la aceptación sin condiciones de fórmulas empresariales que, con el reclamo de ofrecer al consumidor facilidades en la prestación de servicios, incurren en un agravio comparativo imposible de admitir. En lo que sí coinciden tanto la nueva como, sobre todo, la vieja economía, es en diagnosticar el gran impacto que a corto plazo tendrá en el empleo la revolución tecnológica que asoma, impensable hace solo una década. La robotización y el perfeccionamiento de los algoritmos informáticos convertirán en prescindibles no pocas actividades laborales y profesionales. El Nobel de Economía Jean Tirole abogó por «proteger al trabajador, no el puesto de trabajo», certera síntesis de la actitud que debe prevalecer ante el desafío planteado.