Todo el planeta se ha convertido en la zona cero de la pandemia. Y no hay noticia que no se relacione con esta crisis de proporciones desconocidas. Aún así, y a pesar de todo, hoy es Viernes de Dolores. Estamos ya en la antesala de un Domingo de Ramos sin paso de la Borriquita, sin palmas ni ramas de olivo, sin el Señor de Córdoba recorriendo sus barrios. Un Viernes de Dolores distinto por fuerza de las circunstancias en el que, además inevitablemente recordaremos la devoción íntima y profunda de Pablo García Baena y tantas generaciones de cordobeses a esta Virgen peregrina por las calles de Córdoba, visitadora de los que sufren y aflijida; evocaremos la presencia lúcida y afanosa de Fray Ricardo de Córdoba y añoraremos el conocimiento y la bondad de Pedro Pablo Herrara Mesa y tantos otros cofrades que nos dejaron para siempre. Viernes de Dolores sin el besamanos a la Señora en San Jacinto, sin el incienso de Animas en san Lorenzo, sin el vía crucis a Jesús Rescatado en el Corazón de María, sin tantos devotos rezos por nuestras calles y plazas. Somos, al fin, animales de costumbres rancias y profundas creencias, de marcadas identidades que se resisten ante la dictadura de una cultura global y totalizante que, a pesar de todo, se va abriendo paso entre multitudes amorfas y homogéneas.

Es Viernes de Dolores, recogido por el confinamiento impuesto, vestido de riguroso luto ante el dolor por tantos fallecidos en la pandemia, estremecido por el malestar de los millares de contagiados, agitado por la congoja de todos esos mayores temerosos, confundido por la incertidumbre de una sociedad que no sabe a dónde camina. Es Viernes de Dolores, en las morgues y en los hospitales, en las calles desiertas, en el transitar de ambulancias y policías, en el trabajo diligente de tantos operarios esenciales en cuyas manos y responsabilidad hemos depositado nuestro bienestar y seguridades.

Quizás sea más Viernes de Dolores que nunca, aunque no haga falta pasar por el Cristo de los Faroles para sentir el dolor y la angustia de tantas madres sobre las dolencias de sus hijos. Viernes de Dolores para mirar en el interior de cada uno de nosotros y encontrar la Clemencia que calme nuestros miedos y cure nuestras heridas.

Emperatriz del llanto, Virgen de los Dolores al pie de todas las cruces de la historia, invocada en la letanía del poeta cordobés, «socorre a los que caminan cayendo en el exilio de su calvario/ Pañuelo de los incurables/ Flor de las flores en los patios de mayo/ Palabra del Verbo en el lujo de Góngora/ Reina doliente de todas las víctimas innominadas/ Reina de los Mártires en las palmas de Acisclo y Victoria,/ Corazón de Córdoba escúchanos,/ Señora de Córdoba óyenos y llegue nuestro clamor a Ti».

* Abogado y mediador