Me duele lo que está ocurriendo en Cataluña, y es un dolor que me viene de antiguo. Me duele porque afecta a personas muy cercanas y a muchos conocidos. Me duele porque, internacionalista imperfecto que aún soy, considero a Cataluña parte de mí.

Me duele por lo que hemos visto estos días: por las voces y los golpes; por la crispación y la violencia; por la sinrazón y la manipulación; pero, sobre todo, por la estupidez y el odio.

Me dolió el domingo día 1 ver a la gente salir a la calle y participar, festivamente e inconscientemente, en un acto ilegal. Como me dolió la colaboración de los colegios, de los centros de salud y de las iglesias, y las voces y las pancartas de los que se congregaban. Como también me dolió la pasividad desleal de los Mossos d’Esquadra que, de haber cumplido con su deber, hubieran evitado muchos de los golpes con los que se mantuvo la legalidad. Y me dolieron los golpes que tuvieron que dar los Cuerpos de Seguridad del Estado, pues no por necesarios dejaron de ser golpes.

Me han dolido los gritos y las amenazas, las imágenes de las manifestaciones, y de los escraches en los hoteles donde se alojaban los que estaban cumpliendo con su deber. Como me ha dolido la violencia de la huelga y de los piquetes, y la vulneración de los derechos de los que quisieron trabajar. Como me duelen las discusiones en las familias, en los grupos de amigos, en las empresas, que reflejan esa inmensa fractura que han fabricado unos pocos. Una fractura que viven los catalanes entre ellos y, tanto como ésta, los catalanes con el resto de la ciudadanía española. Como me duelen las grietas que también empieza a haber en el resto de España.

Me duele mucho la sinrazón de la Generalidad y del Parlamento de Cataluña saltándose las leyes, las declaraciones del Tribunal Constitucional, laminando a la oposición, vulnerando contradictoriamente el orden jurídico por el que ellos están en el poder, pues no podemos olvidar que el Govern lo es, y los parlamentarios catalanes lo son, en virtud de una Constitución y un Estatuto que están ahora vulnerando. Como me duele la manipulación de la opinión pública, la compra de voluntades, la inconsciencia de muchas personas, la superficialidad de las opiniones, la presión entre los funcionarios, el oportunismo de muchos alcaldes (empezando por Ada Colau), la politización de los Mossos, la presión contra el castellano.

Me duele la ingenuidad de algunos políticos que se suponen conocedores del funcionamiento de un Estado democrático. Descontado el oportunismo de Pablo Iglesias (que no me duele, porque nada espero de un totalitario), me duele la estupidez de Pedro Sánchez apelando al diálogo con un golpista que ha usado una parte del Estado, la Comunidad Autónoma, ha tomado la calle como si fuera un ejército (con banderas, arengas y señalando enemigos), usado tácticas de guerra moderna (redes sociales, propaganda, noticias falsas, grupos especiales) y pide mediación internacional. Me duele su ignorancia de los fundamentos de la política, pues si el Estado negocia (o acepta la mediación internacional) con una Autonomía en igualdad de condiciones es que reconoce de facto la igualdad de sujeto político, al tiempo que manda una señal de que la insurrección tiene réditos.

Pero doliéndome los gritos, los golpes, la violencia, la sinrazón, la manipulación, la inconsciencia y la estupidez, lo que me hiere hasta sangrar es que usen a los niños y les enseñen lo que es el odio. Porque es sangrante que lleven niños a los actos ilegales, que los lleven a las manifestaciones, que les enseñen a odiar. A odiar a los diferentes, a los que hablan castellano, a los que son hijos de guardias civiles, al resto de España, a España.

Mi dolor por Cataluña es antiguo y hoy sé que no se curará en años. Porque en Cataluña hay totalitarios que enseñan a sus hijos totalitarismo.

* Profesor de Economía. Universidad Loyola Andalucía