Cada vez está más nítido que la política española se está «italianizando» a marchas forzadas. Y eso es una mala noticia. En estas vísperas parlamentarias todo se encuentra tan oscuro como boca de lobo, con la ciudadanía hasta el moño de tanto disparate y los partidos declarándose intérpretes infalibles de la voluntad popular, pero arrimando el ascua a su sardina.

En nuestra sencilla opinión lo que, implícitamente, desearon los electores fue un entendimiento entre PSOE y Ciudadanos. Idea que sostenemos en el hecho de que en los comicios generales ambos fueron los dos únicos partidos que ganaron votos y escaños. Los otros resultaron ampliamente perdedores.

Ahora bien, el sobredicho entendimiento, pacto o coalición de ganadores se frustró antes de nacer, llegándose a la puerilidad ineducada de Rivera, que hasta desdeñó verse con Sánchez. Conducta que, por sí sola, puede llevarnos a la repetición electoral, pues se ha demostrado, por activa y por pasiva, que la collera entre Sánchez e Iglesias, aireada por Ciudadanos como dogma infalible, era una falsedad garrafal, un puro embeleco fabricado para justificar sus incomprensibles acercamientos a los neofranquistas de Vox. Proximidad inconcebible en la Europa que abomina del fascismo, del nazismo y de los totalitarismos belicosos.

Si nuestros representantes fueran tan cautos como razonables, el PP, sin dejar de ser lo que ha sido desde su fundación, podría mostrar el sentido de Estado, del que tanto alardea, absteniéndose, con el exclusivo objeto de facilitar una gobernabilidad que, en todo caso, se presienta complicada. Pero nos maliciamos que seguirá establecido en la negativa, mientras acusan a Sánchez de ser un incompetente irresponsable que no sabe pactar. Ahora bien, anticipando, por si las moscas, que también será irresponsable si lo efectúa con Podemos y soberanistas. Situación esperpéntica que nos lleva a considerar que, con esas ideas de Casado, a Sánchez solo le queda, para ser investido, pactar con el Espíritu Santo.

Los cordobeses, ante situaciones de esta índole, solemos asegurar que su protagonista o está pirado o tiene más cara que el santo de La Rambla.

En el presente momento, tampoco podemos olvidar que, en el embrollo, Iglesias, sin renunciar a su básica altanería ni a su menosprecio socialista, que tanto se parece al que profesaba Anguita, ha sido una pieza fundamental del fiasco al mantener unos deseos ministeriales que son el único salvavidas que le queda al naufrago a punto de ahogarse.

En fin, este divorcio a la italiana, quizás nos lleve a repetir unas costosas -financiera y políticamente- elecciones que es muy posible que, en medio del cabreo general, agraven el problema.

* Escritor