Los genios de la manipulación de redes, con mucha gente con ganas de ser manipulada y hasta en cierta forma manoseada, han descubierto el truco más viejo de la fotografía: tú tienes una avenida desierta con cinco personas, te vas lejos, le pones el zum a la cámara, recortas el encuadre… y eso se convierte en una multitudinaria y abigarrada manifestación. La última vez, en febrero, usé la técnica con un grupo de caballistas, cada uno a diez metros del otro, y la foto parece la última carga de la Caballería Ligera de Lord Cardigan en Crimea.

Los árboles no nos dejan ver el bosque ni la mascarilla nos está dejando ver la cara a los problemas. Se mezclan ideas políticas y virus a tontas y a locas. Tengo la sensación de que en estos tiempos, si te vuelves loco, te bajas a la calle y ametrallas una terraza (que tendrías que gastar bastante munición, si se cumple la normativa de dos metros de distancia entre las mesas) posiblemente te caerá la condena revisable permanente. Pero… ¡Ay, amigo psicópata! ¡Ni se te ocurra apretar el gatillo sin guantes de látex o quitarte la mascarilla para apuntar por la mirilla! Eso no lo perdonan las redes sociales en la vida.

Y es que ahora, en época de fotos de lejos, y ya hablo de política, no se cumple otra cosa que lo que ha ocurrido en toda la Historia para que un grupo a priori minoritario prospere: aprovechar una crisis y, o bien centrar los esfuerzos en darle un plato de comida al pueblo o, si no hay recursos, que es lo normal, enfurecerlo aún más. ¿Es más virtuoso el primer camino, el de ayudar a quien la crisis ha dejado en el hambre? A priori sí. Es lo que hizo el Cristianismo cuando estaba perseguido sus dos primeros siglos en Roma, cuando los cristianos compartían lo poco que tenían evangelizando con su ejemplo (eso fue antes de empezar a matar gente por hereje con Prisciliano o a despellejar filósofos en Alejandría, métodos muchísimo más baratos, dónde va a ir a parar). Pero es que también un grupo terrorista como Alqaeda logró un Estado haciéndose valer con ayudas a los desesperados de Irak y Siria, a los que Occidente había olvidado en su hambruna. Luego el terror hizo el resto.

Así que, insisto, ni siquiera entro a juzgar si ayudar al necesitado es más loable que encabronarlo. Solo digo que ya está todo inventado para que una idea minoritaria prospere en plena crisis, desde los nazis en la Alemania de los años 30, la toma del Palacio de Invierno en 1917, los jemenes rojos, la independencia de la India, la Revolución Cultural de Mao, la ayuda del Plan Marshall para Europa, la Revolución Francesa, la independencia de EEUU, los Comuneros en Castilla, las persecuciones a los judíos, la expansión del Islam en la Edad Media… No hay otra: ayuda o indigna. ¿Y en hoy en España? Pues… ya saben que esta columna se llama Entre líneas. Pero poco interlineado queda entre el salario mínimo vital (todo un logro) impulsado por Podemos-IU, y el cabreo, cuya justicia ya digo que no discuto, de Vox y el PP en sus protestas (muy logradas también).

Repito: en una crisis o das pan o agitas. Es tan antiguo como los frisos del Partenón, que por cierto, si se fijan, es como una de esas muchas fotos que corren por las redes de gente aglomerada y tomadas con zum de lejos. Con todos los dioses arrejuntados y sin guardar distancia social ni medida sanitaria ninguna. ¡Qué irresponsables! ¡Claro, como ellos son inmortales! ¡Indignante!