La escalada la hizo el virus. La “desescalada”, es decir, el descenso de las cumbres infecciosas, nos toca a nosotros. Sí, a los seres humanos que nos hemos quedado en casa, o hemos salido por obligación a la calle tomando las máximas precauciones, y a los que se nos suelta un poco la cuerda advirtiéndonos de que no nos volvamos locos, que cuidadito, nos vayamos a caer de la montaña.

Me da la impresión de que el pueblo español, andaluz y cordobés, al que pertenezco plenamente, está perdiéndole un poco el respeto al covid-19, por más que la ciencia siga sin poder decirnos con certeza cosas tan esenciales como en qué momento dejamos de contagiar, por qué hay personas completamente asintomáticas o cuántos estamos infectados (eso es porque no se hacen suficientes test, dicho esto sin ánimo de molestar), cuándo podremos visitar sin peligro a nuestras madres y abuelas y si de verdad el calor se come al bicho. He tendido a pleno sol ropa a la que no le he puesto ningún tipo de desinfectante en la confianza de que el calor de mi Córdoba aniquilará todo mal. ¿Habré sido imprudente? No sé si en una de sus largas comparecencias, Pedro Sánchez tocará este punto crucial. Este miércoles toca votación en el Congreso de la nueva prórroga del estado de alarma, una sesión de alto voltaje, para depresión de los españoles. ¿Llegará el caos, como anunciaba en modo profecía bíblica el presidente del Gobierno?

En víspera de la Cuarta Prórroga, de duración prevista hasta el 23 de mayo, salen los datos del paro registrado,paro registrado, que forman también una terrorífica escalada, y que, siguiendo el vocabulario de las conferencias de prensa diarias, no ha alcanzado el límite de la curva.

Esa desescalada de las cimas del desempleo también nos tocará a los ciudadanos. Hoy, junto a la terrible cifra de muertes, tenemos constancia estadística de la curva de la desesperación que va llegando a tantos hogares