Entre las muchas cosas escuchadas en la campaña electoral, me parecieron muy acertadas las palabras de una candidata cuando afirmó que en democracia se pueden perder elecciones, pero no debíamos permitir que en unas elecciones perdiera la democracia. Y los resultados nos indican que esa desgracia no ha ocurrido, pero sí hemos entrado en una deriva que podría resultar peligrosa, dado el avance de la ultraderecha. Habrá análisis que expliquen el ascenso de Vox, pero no debemos de olvidar dos cuestiones: una, que son los ciudadanos con su voto los que lo han situado en ese lugar, ellos son los responsables, o dicho de otra manera, hay un sector de la población que se cree las falacias de la extrema derecha; y otra, que PP y Ciudadanos tienen la obligación de aclarar cómo es posible que estén dispuestos a gobernar ayuntamientos y comunidades gracias a ella. Resulta incomprensible que se gobierne con el apoyo de quien en la noche electoral, por boca de Abascal, afirmaba que el Estado de las autonomías había traído una política «antiigualitaria y liberticida», que no dudó en presentarse como víctima (por cierto, lo mismo que hacían los fascistas del periodo de entreguerras) y todo acabó con el Himno de la Legión, el mismo que no hace tanto entonaban varios ministros del PP en Málaga. Ahora queda una labor de pedagogía por parte de todos cuantos nos consideramos demócratas, porque estamos ante una responsabilidad colectiva a la hora de parar a quienes se sitúan al margen de la Constitución.

El otro aspecto relevante de las elecciones ha sido el desplome de Ciudadanos, en lo cual hay una responsabilidad directa de Rivera por la línea marcada en los últimos tiempos, por tanto parece lógica su dimisión, ahora habrá que ver si deciden cambiar de táctica a la vista de los resultados. Quien no parece dispuesto a modificar es Pablo Iglesias, dada su insistencia en culpar a otros de la situación política, sin mirar dentro de su casa y explicar cómo es posible que poco a poco vaya perdiendo fuerza, no solo en número de diputados, también en términos porcentuales, pues ha descendido casi tres puntos en relación al mes de abril. El PP está contento por el aumento en diputados, si bien lejos de sus expectativas de alcanzar el centenar de escaños, y si antes sentía cerca el aliento de Ciudadanos, ahora siente el de Vox, que se sitúa con respecto a ellos a menor distancia que la existente entre los populares y el PSOE.

Los socialistas han ganado las elecciones, también por debajo de lo esperado, aunque mantienen un porcentaje de voto casi idéntico al de abril a pesar de perder tres diputados. Tendrán que analizar las causas de los errores cometidos por Pedro Sánchez en el tramo final de la campaña, algo que en mi opinión les restó apoyos. Tienen por delante una tarea difícil, quizás más de lo que era tras las elecciones anteriores. Ahora bien, en estos meses de gobierno han demostrado que no les falta capacidad para el diálogo, algo que deben desarrollar y plasmar con inteligencia. Me permito recordar, pues puede ser útil, lo que Borges escribió en 1976, en el Prólogo a La moneda de hierro: «Me sé del todo indigno de opinar en materia política, pero tal vez me sea perdonado añadir que descreo de la democracia, ese curioso abuso de la política». Pero en 1983, en el diario Clarín, tras la victoria de Raúl Alfonsín en las elecciones argentinas, dijo que aquel resultado había refutado sus palabras de unos años antes, y su consideración sobre el mismo era que se asistiría en su país a un espectáculo extraño: «El de un Gobierno que condesciende al diálogo, que puede confesar que se ha equivocado, que prefiere la razón a la interjección, los argumentos a la mera amenaza. Habrá una oposición. Renacerá en esta República esa olvidada disciplina, la lógica».

* Historiador