U na pregunta unifica la honda inquietud de las generaciones españolas ante la situación políticosocial de la Cataluña hodierna. ¿Tiene alguna remota fecha de caducidad la angustia sentida por una porción muy extensa de los españoles al Sur del Ebro por la deriva incesablemente más radical del procés abierto ha un trienio en las bellas, creativas, emprendedoras tierras del que fuese un día el glorioso y del todo admirable Principado de Cataluña? ¿Presenciarán las hornadas actuales en una fecha del calendario del siglo XXI el fin de la discordia que atrofia hoy las fibras más delicadas y esenciales de la identidad de la gran patria española ante una discordia tan sobrada de artificio partidista como falta de verdadera sustancia nacional?

Interrogantes son estas que nos acompañarán, según cálculo unánime, a los habitantes de la vieja Hispania (en la que el solar catalán fue por vez primera proel y espolón de la primera navegación ibérica por la ancha mar de una civilización superior) durante el recorrido de sus vidas, ya sea fugaz o prolongado... En sustancia, explican los historiadores, los términos del presente conflicto reproducen los de los tiempos finiseculares en que el último quizá de los grandes teóricos de la «catalanidad», el abogado barcelonés Enric Prat de la Riba (1870-1917), los explicitó en uno de los libros más famosos de la ya muy extensa literatura sobre el acuciante tema (en estos días, la verdad, a las veces un tanto banalizada...). Y tal vez, igualmente, la más penetrante y sólida respuesta al excruciante problema siga siendo la que diera, en un célebre discurso en el Parlamento de la mayor densidad y refulgencia de la oratoria política de todo nuestro muy rico pasado en la señalada materia, un astro de primera magnitud del pensamiento hispano contemporáneo, D. José Ortega y Gasset: «la conllevancia». Receta acaso para los espíritus trementes un poco prosaica, pero, a la luz de la Historia y dentro de la teoría del mal menor tan vigente siempre en los pueblos de urdimbre asaz compleja como el celtíbero, en extremo aprovechable para una convivencia de mínimos que es, en los días que corren, la fórmula más idónea para, sin choques frontales, aspirar a un horizonte en el que anide, pese a todo, la esperanza.

No hacerlo así al comenzar una década que, universalmente, se adivina crucial para una Humanidad sin demasiados motores de ilusión, sería sin duda una descalificación para los jóvenes que, en el solar ibérico se aprestan con entusiasmo y ardor a construir un porvenir más ancho y alegre que el angosto y angustiado presente.

* Catedrático