A Los talibanes le dijeron a Jawad (32 años, mujer y dos hijos) que iban a matarlo y que iban a quemar su casa. Luego pusieron precio a su vida: 15.000 dolares. Jawad estuvo un mes escondido y huyó a la isla de Lesbos gastándose todos sus ahorros.

Jawad es uno de los intérpretes afganos que trabajaron para las fuerzas militares españolas en la operación militar de la OTAN para expulsar a los talibanes de Badghis. Jawad está marcado para siempre por el estigma de la traición. Los guardianes de la pureza islámica no le perdonarán su colaboración con el enemigo occidental. Jawad no podrá volver a su tierra nunca. Lleva más de cuatro años esperando que el Gobierno español le conceda el asilo prometido por el Ministerio de Defensa como reconocimiento a los servicios prestados.

La última referencia periodística a su situación data de noviembre de 2017: fuentes de Defensa indicando que el visado especial está concedido y fuentes de Interior señalando que no les consta; enredos administrativos que dilatan el sufrimiento de un hombre que se jugó la vida al servicio del país que le da largas.

Otros intérpretes tuvieron algo más de suerte. El Gobierno de Rajoy acabó aceptando en 2014 su venida tras rectificar la negativa inicial a acogerlos. Aquí no encontraron el pago merecido a su labor de apoyo para la inteligencia militar: seis meses en un centro y una ayuda (Cruz Roja) de 372 euros mensuales que no tardó en acabarse. Luego la calle. Lo relataba en un periódico uno de ellos, Asmatullah (27 años, faenas agrícolas cuando surgen): después de atravesar campos de minas como un soldado más, después del patrullaje en zonas ardientes como guía y traductor, después de poner a disposición de los mandos de la operación Romeo-Alfa documentos más que necesarios, después de interrogatorios en los que recibía amenazas de muerte impregnadas de fanatismo y odio, después de distanciarse de su familia, después de todo eso el desamparo más absoluto a miles de kilómetros de su hogar.

Lutfullah contaba hace dos años que el ejército español y la embajada se pusieron en contacto con la Universidad de Kabul para solicitar la colaboración de alumnos de Filología Hispánica. Su ayuda le creó problemas para permanecer en su pueblo. El visado para quitarse de en medio y llegar a Madrid tardó un año. Me pregunto qué habrá sido de él tras su alivio inicial por estar fuera de peligro, cómo se las apañó después de los seis meses reglamentarios en el centro. Me pregunto qué habrá sido de Asmatullah, dónde estará pasando estas últimas noches de lluvia. Me pregunto hasta cuándo esperará Jawad una respuesta decente en el campo de refugiados de Lesbos. Me pregunto por qué los servicios de los intérpretes afganos que fueron los ojos y la lengua de nuestros soldados en tierra hostil han encontrado como miserable contraprestación el desprecio de los desagradecidos.

* Profesor del IES Galileo Galilei