La izquierda no se muestra conforme cuando la derecha gobierna, y viceversa. Podríamos decir que ambas mantienen idéntico comportamiento, pero si atendemos a la manera en que una y otra manifiestan esa inconformidad, apreciamos diferencias notables. La derecha se comporta con más deslealtad que la izquierda, lo hemos visto en nuestra reciente historia democrática con ejemplos muchas veces citados y reiterados en artículos sobre la actitud de alguna fuerza política, en concreto el PP, cuando hay gobiernos socialistas, como ocurrió con la última etapa de González o con la de Zapatero. Pero quizás nunca se habían alcanzado los extremos a que se ha llegado (y lo que nos queda) con el gobierno de Pedro Sánchez. Para la derecha, no existe el respeto a las normas democráticas, solo son un instrumento para llegar al poder, y si no puede ser por esa vía, pues se busca otra, aunque para ello deban basarse en la mentira, de modo que no tienen ningún rubor en repetir hasta la saciedad que todos deberíamos ponernos en guardia ante quienes quieren romper España o en calificar al actual presidente del Gobierno como ilegítimo, y no dudan en expresarlo a viva «vox».

Ya hubo un momento en nuestra historia en que las derechas procuraron deslegitimar lo que hacía la izquierda desde el poder, aunque aquella coyuntura no sea equiparable a la actual ni en sus circunstancias económicas ni sociológicas. Ocurrió en la primavera de 1936, tras las elecciones ganadas por el Frente Popular, celebradas el 16 de febrero de ese año, por tanto el próximo sábado se cumple el aniversario de dicha convocatoria electoral. Entonces, ya durante la campaña se podían leer advertencias, que nos suenan actuales, por parte de Acción Popular, como estas: «Las izquierdas burguesas del brazo de los comunistas... Elector: todos son una misma cosa: ¡Revolucionarios! ¡Contra la revolución y sus cómplices!», o también: «Sevillano: ¿Te acuerdas de los años que estuviste sin Semana Santa? Pues prepárate a no tenerla nunca si entran las izquierdas. ¡No ves que son laicos... y enchufistas!». Esos excesos verbales se materializarían en los meses siguientes en conflictividad, agresiones y la creación de un clima político que serviría como justificación para un golpe de estado que, en ningún caso, tenía como objetivo evitar una revolución, dado que esta no tenía visos de producirse, como podemos deducir de los estudios solventes sobre ese periodo (González Calleja, Rafael Cruz o Martín Ramos). No obstante, las derechas mantuvieron su lucha en la calle y en el parlamento, donde se llegaría a plantear una proposición de ley para acabar con el «estado de subversión en que vive España». El debate tuvo lugar el 16 de junio, con duras intervenciones de Gil Robles y de Calvo Sotelo, quien defendía un determinado modelo de Estado con estas palabras: «A este Estado le llaman muchos Estado fascista; pues si ese es el Estado fascista, yo, que participo de la idea de ese Estado, yo que creo en él, me declaro fascista». Tuvo una dura respuesta de Dolores Ibárruri, aunque ella nunca pronunció las palabras que se le atribuyen acerca de que ese iba a ser el último discurso de Calvo Sotelo, lo que sí recoge el Diario de Sesiones es que les dijo, tanto a él como a Gil Robles: «Cultivasteis la mentira; pero la mentira horrenda; la mentira infame».

Y las derechas mantienen hoy esa línea de recurrir a la mentira, como vimos el domingo en el texto del manifiesto en el que de nuevo se hablaba de traición, de humillación y de cesiones que nunca han existido, porque el Gobierno socialista, desde el primer minuto, lo que ha expresado de manera muy clara es su voluntad de buscar una vía política para resolver el problema de Cataluña y hacerlo siempre dentro de los límites de la ley, y por ende, de la Constitución.

* Historiador