La única ventaja que encuentro en cumplir años, si la cabeza está buena, es tener memoria frente a los desmemoriados, ya sea por tontucios o demasiado espabilados, para que no nos vendan la mentira como verdad, ni el día la noche, ni lo blanco negro. Celebro los años cumplidos y los hechos vividos viendo la fiesta que le hacen a la entrada del AVE en Granada, renqueante y con veinte años de retraso. Llegó primero a la estación de Antequera, a la que han dado en llamar Andaluces (que cosa más tonta y más simple y más sinsorga, solo les ha faltado ponerle «¡Andaluces levantaos!») y luego a la estación Mariana Pineda en Granada, a quien le negaron en su ciudad concederle el 26 de mayo como festivo, en conmemoración del día que le dieron garrote. Allí vimos al presidente del Gobierno, al presidente de la Junta, al ministro de Fomento, al alcalde de los cuatro concejales y a toda la corte de familiares y deudos, exultantes y sonrientes por la llegada de un tren que ha conculcado todo lo prometido en plazos y presupuestos. El presidente Sánchez citaba a Lorca, últimamente el poeta granadino vale para todo, como remedo de la leyenda del tiempo en Así que pasen cinco años diciendo: «Hoy Granada le gana una batalla al tiempo» (?) El presidente, al que solo le faltó hablar en verso, se acordó de Lorca pero yo, viéndolos a todos tan sonrientes, me acordé de Benedetti cuando se dirige al Sr. Ministro de lo imposible, «Vi en pleno gozo/ y en plena euforia/ y en plena risa/ un rostro simple/... ¿De qué se ríe,/ de qué se ríe». Las crónicas de la llegada del AVE a Granada, después de veinte años de demora y cuatro con la comunicación ferroviaria yugulada, y a falta de construir una variante de las vías, cuentan que llegando a Loja el tren de la alta velocidad aminora la marcha a 37 kilómetros por hora. Aunque son poco más de 400 km los que separan Granada con Madrid por carretera, la desviación hacia Antequera eleva la distancia a los 510, y la comunicación de Sevilla con Granada, pasando por Córdoba y Antequera, supone una duración similar a la que pueda tardar el viaje en coche. Y aquí entra la memoria. No recuerdo tanta pamplina, tanta parafernalia, ni tanta palabrería -eso de «un antes y un después del AVE» (se lo escuché al alcalde prestado de los cuatro concejales) o lo de poner a Granada en el mapa, o las gotas de lirismo lorquiano- cuando en 1992 el AVE llegó a la estación de Santa Justa el día fijado y a la hora anunciada. Un compromiso cumplido de una obra pública como no se ha vuelto a ver en este país después de la Expo’92. Y eso es así, porque yo lo viví y me acuerdo. El tándem González-Guerra fue otra cosa. Y termino con Benedetti, «... de qué se ríen, de que se ríen?

* Periodista