En su visita a la cumbre del clima de Katowice (Polonia), la llamada COP24, António Guterres, secretario general de la ONU, advirtió de que «un fracaso de las negociaciones enviaría un mensaje desastroso: desaprovechar esta ocasión pone en peligro nuestra última oportunidad para frenar el cambio climático descontrolado». Su dramático grito de alerta ha surtido efecto en parte, porque se ha llegado a un común denominador consensuado --con grandes dificultades, pues hubo de prolongar una jornada más las reuniones, que dieron lugar al texto de consenso difundido el sábado por la noche-- sobre los reglamentos que deben hacer efectivo el Acuerdo de París del 2015, así como una declaración política que insta a incrementar los esfuerzos para evitar el calentamiento global y a acelerar la asunción de responsabilidades.

Después de múltiples negociaciones y en el tiempo añadido, el encuentro acaba con una sensación agridulce. En París ya se vislumbró que la alianza global contra la emisión de gases de efecto invernadero (CO2), consecuencia de la era de los combustibles fósiles, era un hito histórico de mínimos que clamaba por la equidad y la justicia climática: evitar que, a finales del siglo XXI, la temperatura media del planeta superara los dos grados en relación a la temperatura registrada en la época preindustrial. «Muy por debajo de los dos grados», se especificaba, con la idea de «proseguir los esfuerzos para limitar el aumento a 1,5º». Tras Katowice, y con innumerables trabas, lo acordado más parece una meta de máximos, con la perspectiva inquietante de sobrepasar los límites establecidos por los científicos y con gobiernos como el de EEUU (que ya anunció su renuncia a aplicar el Acuerdo de París), con aliados como Arabia Saudí, Rusia y Kuwait, contrarios a los planes de reducción y a las contribuciones determinadas nacionalmente (NDC), así como a los mecanismos de control de los balances de emisiones. Estos países, con la presión de las economías emergentes como China, reacias también a la regulación, hicieron oídos sordos, en el inicio de la cumbre de Katowice, a las encarecidas recomendaciones del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático de la ONU (IPCC). Es decir: para llegar al objetivo de los 1,5º, las emisiones tendrían que bajar el 45% en el 2030 y llegar a una emisión neta nula el 2050, algo que solo se plantea seriamente la UE.

En Katowice, además, la torpeza operativa demostrada por el Gobierno polaco, anfitrión de la cumbre, ha desembocado en unas negociaciones más alambicadas de lo habitual y ha dificultado, hasta el final, la firma del acuerdo.