El darwinismo de la velocidad ha fracasado. No solamente los más listos, los más rápidos y audaces, los que mejor se adaptan al cambio sobrevivirán como mandata el dogma de fé del liberalismo económico o social, frente a los más incapaces. La supervivencia no depende solo de la velocidad y la capacidad, sino también de la ayuda intracomunitaria y de la solidaridad, como lo llamó Durkheim hace un siglo. Necesitamos ser cuidados para sobrevivir. Y esto lo hemos experimentado con creces en estos meses de alarma, en los que nos hemos sentido vulnerables a la vez que atendidos por un amplio ejército de profesionales

Al fin y al cabo, todos somos hijos del extremo cuidado que nuestros padres pusieron en nosotros, y del que sus padres pusieron en ellos, y así procedemos de una infinita e ininterrumpida cadena de cuidados que se han transmitido de generación en generación, constituyendo una auténtica segunda naturaleza propia de la raza humana, inscrita en el acervo de valores e incluso en nuestra carga genética, en virtud de los procesos de selección natural, que han primado la pervivencia de aquellos individuos más inclinados de forma natural hacia el cuidado. Así lo expuso la fábula de Higinio, sobre el mito de Cuidado, al comienzo de nuestra era.

La palabra cuidado, del latín cura, se refiere a una actitud de desvelo, atención y diligencia en relación con alguien o con algo, pero también de una actitud de preocupación, de inquietud por el ser al que se está ligado por lazos de parentesco, proximidad o afecto, e incluso supone precaución y prevención para evitar que le ocurra algo malo a ese alguien. Muchos autores ven en la actitud de cuidar la gran alternativa al fracaso del mundo en que vivimos. Según ellos, la actitud de dominación frente a los demás y frente a la naturaleza, la obsesión por incrementar el poder tecnológico convirtiendo a todos los seres en objetos y en mercancías, es la que nos ha llevado a un mundo insoportable, un mundo del que forman parte predominante la pobreza, el hambre, la miseria y el expolio de la naturaleza. Un mundo que pone en peligro la supervivencia en la Tierra. La solución no pasa por utilizar técnicas más refinadas para causar un daño menor, sino que es una cuestión de ética, de cambiar de actitud, de adoptar voluntariamente la disposición a cuidar, que sea una relación amorosa, respetuosa y no agresiva con la realidad.

Los seres humanos somos parte de la naturaleza y miembros de la comunidad biótica y cósmica, y por lo tanto tenemos la responsabilidad de protegerla, regenerarla y cuidarla. El cuidado no sería entonces una técnica, sino un nuevo paradigma de relación con la naturaleza, la Tierra y las personas. La naturaleza cuidadora del ser humano debería sustituir al ser dominador, y esta actitud de cuidado haría también posible la sostenibilidad de la naturaleza, y lleva aparejada la responsabilidad por los vulnerables, porque no basta el lenguaje de los derechos, las denuncias y las impugnaciones. De ahí que pasemos de una cultura de la exigencia, de bienes, servicios y derechos, de esa cultura de la impaciencia y la inmediatez, a la cultura de la gratitud, de dar las gracias a todos aquellos que, de mil maneras diferentes, nos cuidan cada día y hacen más confortable nuestras vidas. En momentos de carencias, de inseguridades y fragilidad, debemos poner el acento en liderazgos que propicien políticas públicas centradas en el cuidado de los ciudadanos, en los servicios sociales, sobre todo, teniendo en cuenta que caminamos hacia una sociedad de graves desigualdades, muy longeva y frágil.

*Abogado y mediador