Corrían los años 70 cuando un servidor en aquellos calores de uno de aquellos veranos deslizaba el lápiz con el ánimo del que está condenado a trabajos forzados por las dos líneas horizontales de los cuadernillos Rubio. Por supuesto, cumplía con el principal requisito de tener más de 6 años. Dentro de aquellas dos líneas, a excepción de las astas ascendentes y descendentes de las letras debía contenerse el trazo de vocales y consonantes. Uno se convertía en una especie de médium que luchaba por no exceder el trazo del espíritu que necesitaba psicografiar los rasgos expansivos y titubeantes de su ego. Pero aquellos cuadernillos de escritura estaban llamados a uniformar no sólo los límites y el estilo del trazo, sino la esencia ética y hasta moral de la época. Todos los que arrastrábamos el trazo más o menos tropezando con aquellas dos líneas de ferrocarril de grafito, también respiramos el humo de la locomotora cuyo sentido y mensaje era el de sus frases. Es esta onomástica de los 60 años de su primera edición la crónicas nos están rememorando muchas de aquellas frases: «A quien no ama a sus parientes, deben romperle los dientes»; «Este año habrá buena cosecha», «Jarabe de palo reciben los vagos», «Cecilia reza todos los días», «Germán estudia Gramática», «La higiene evita muchas enfermedades», «Procura hacer honor a tu Colegio»… Hubo bastantes más frases engarzadas de consejos, moralejas y moralinas de aquellas épocas de tardes de pan y chocolate. Pero a este cincuentón que en esta de hoy como un niño revive sus quehaceres con Rubio, hubo una frase que sólo me bastó copiarla una cuantas veces parta no olvidarla jamás: «La pereza es la madre de todos los vicios». Y no le falta razón a la sentencia- Aunque para uno que era un niño que no para quieto el vicio era el de ser inquieto. Y confieso que hasta el día de hoy, aún a pesar de copiar mil veces aquella frase lo sigo conservando y mi letra ha cambiado las dos líneas horizontales por el teclado.