Con el vil y cobarde asesino reincidente de la chica zamorana destinada en Campillo, se demuestra una vez más que el criminal nace y muere así. Son irrecuperables. Carecen de sentimientos y mientras vivan, matarán. La cárcel no los rehabilita y por consiguiente, estos psicópatas ni pueden ni deben estar en libertad, porque son y serán siempre, un peligro público. ¿Por qué tiene la sociedad que respetar a quienes no la respetan a ella ni aceptan sus códigos de conducta y convivencia? Ser tolerantes con los intolerantes, es un suicidio. Así que menos buenismo absurdo e inútil con la minoría mala, y más protección para la mayoría buena. Eso es lo que necesitamos y lo que debería ser. ¡Ya está bien!