Me llega una circular de mi decano (¡hola, José Luis!) recordando, con mucha gracia, que no confundamos la dispensa, en tiempos de covid, de usar toga que no sea propia, con hacer como que no conocemos el artículo 37 del Estatuto General de la Abogacía, que nos obliga a adecuar la indumentaria a la dignidad y prestigio... de la toga que vestimos. Al parecer algún compañero, sin toga, se presentó como para ir a la piscina conforme terminara el juicio. Ayer mismo, en otro juzgado, me decía la gestora que un compañero había hecho lo mismo, y prometió a la jueza, que se lo afeó, ir de etiqueta la próxima vez, con retranca. Yo soy muy antiguo en lo de la toga. Hay cosas que no deben hacerse ni decirse con una toga puesta, y lo ideal sería comportarse siempre como si la lleváramos.

Miren, qué quieren que les diga. Uno se viste en parte por la consideración que se tiene a uno mismo, en otra medida por lo que va a hacer --ponerse un traje para cavar una zanja sería una estupidez-- y en general al dictado de la buena educación. La educación está basada en no molestar a los demás, es el principio al que acaba reduciéndose siempre. No molestar se basa en asumir la molestia uno mismo, por lo que ser educado supone estar incómodo. Hacer las cosas, o vestirse, del modo «cómodo» suele ser sinónimo de ser grosero o hacer el ridículo.

No comprendo muy bien la manía española reciente a la corbata. Con una corbata igual lideras bolcheviques que te vas de fiesta. Lo llamativo es que alguien vea la necesidad de ponerse un traje y una corbata para ir a un bautizo y no la vea para celebrar un juicio o recibir a un cliente o acercarse al teatro o a una conferencia. Intuyo que los mismos que veían refrescante que don Fernando Simón diera el parte médico/bélico en rebeca --trabajando en el alto funcionariado estatal en un momento histórico y dirigiéndose en acto solemne al conjunto de la nación-- verían impropio que fuera de esa guisa a la boda de su hijo.

Puede que sea por desconfianza a la gente con corbata, porque los mayores ladrones empiezan por vestirse muy bien. Igual. A mí me inquieta más un tío en traje con la camisa abierta tres botones y sin corbata, que antes de dar los buenos días ya está endosándome una tarjeta de presidente-fundador-CEO de su empresa de sí mismo o cuatro falsos autónomos. Hubo una época en la que se sustituyeron los títulos nobiliarios por los académicos, y ahora por los empresariales en inglés. Y ahí tienes la estrella rutilante y emprendedora y empresarial del muchacho --o del señor maduro que se comporta como un muchacho, que es peor--, diciendo que es CEO sin saber que para eso tendría que tener una empresa (de otro) con accionistas y directores y empleados por centenas. En los cinco minutos siguientes vomitará otras doce trufas en inglés, sin hablar inglés ni por casualidad. La corbata no, por dios: no seamos rancios. El conjunto, y tomo el préstamo de nuestro esteta internacional Palomo Spain, queda catetillo.

* Abogado