Estamos liquidados. No sólo el PP, sino el país. Llega un momento en el que la ponzoña termina por tocarte, aunque tú no lo sepas. Llega un momento en el que el tema ya no está en las siglas, ni siquiera en las ideologías --suponiendo que existan: según Albert Rivera, solo hay españoles--, ni los intereses, porque hay un interés general que salvar. Pedro Sánchez ha hecho lo único que podía hacer después de la sentencia de la Audiencia Nacional: registrar una moción de censura contra Mariano Rajoy en el Congreso de los Diputados. Pero yerra Sánchez cuando considera al presidente «único responsable» de la «alarma social» producida por la sentencia del caso Gürtel. No olvidemos a José María Aznar. Pero no ya por el dedazo, no ya porque fuera él quien nombrara a Mariano Rajoy su sucesor. Sino porque todos los hechos descritos en la sentencia de la Sala Segunda de lo Penal de la Audiencia Nacional ocurrieron durante su mandato hegemónico. Porque era Aznar quien mandaba en el PP, no Mariano Rajoy. Algunos me dirán: sí, pero con Rajoy de vicepresidente, y antes de ministro. Sí, muy bien: con Mariano Rajoy de vicepresidente, y antes de ministro. Pero quien mandaba, con su puño de hierro de lirismo que leía a la vez a José Jiménez Lozano y la poesía catalana -en catalán- más contemporánea, mientras autorizaba contactos con algo llamado, por él mismo, Movimiento Vasco de Liberación --o sea: ETA--, era José María Aznar. Aznar el silencioso, como Bob El Silencioso en Persiguiendo a Amy. Aznar, que aparece con su razón de Estado para repartir lecciones, con ese mismo aplomo con el que nos aseguró la existencia de armas de destrucción masiva en Iraq. Los independentistas deben de estar frotándose las manos, porque para ellos la corrupción de CIU nunca existió. Esto no va a ocurrir, pero ahora debería unirse la decencia por encima de las siglas. Dimitir, sí, y adelantar elecciones, como ha pedido Ciudadanos. Algo. En algún lugar debe ponerse un límite al cinismo.

* Escritor