Pensar que ciencia y política son dos compartimentos estancos es una ingenuidad. Y más que nunca ahora se ha evidenciado dicha relación en esta pandemia. De hecho las palabras pandemia y epidemia tienen un origen político pues hacen referencia al demos que se refiere al conjunto de los ciudadanos como grupo político. Es cierto que ahora hay un objetivo común que es conseguir un tratamiento curativo y una vacuna eficaz contra la covid-19. Pero aún eso es una decisión política por los recursos que se dedican a ello y no a otra cosa, es decir por su coste de oportunidad; o que se destinen medios insuficientes y sea más complicado su éxito, porque para implantar una campaña de vacunación hacen falta también abundantes medios.

El investigador no investiga en una burbuja, sino en la realidad, que es más compleja de lo que el propio investigador desea. Debe ser autónomo -como la propia ciencia-, pero esa autonomía y libertad, si la financiación es pública, debe someterse a criterios de ponderación y análisis de calidad, que tienen que ser lo suficientemente flexibles para no burocratizar la ciencia, ya que autonomía e independencia son conceptos similares pero no iguales.

En la ciencia se plantean preguntas tras la observación, y puede que esa pregunta que se hace, esa hipótesis, esté influida por los intereses corporativos, del financiador, intereses políticos, simplemente sociales o incluso personales del investigador. Y los descubrimientos científicos también tienen también consecuencias sociales y por lo tanto políticas. La ciencia convence descubriendo y ocultando, afirmando y negando una parte importante de lo conocido. La razón científica como toda razón se basa en una idea, y es la que nos sirve para comprender, cambiar y adecuar la realidad. Los científicos también se equivocan, mas en eso consiste la ciencia y por eso admitimos sus errores. De hecho, gran parte de los conocimientos médicos actuales son refutados al cabo de unas decenas de años. Y la paradoja de la ciencia es que debe ser escéptica, no creerse todo lo sabido, pues entonces no avanzaría, y al tiempo no caer en un escepticismo radical, pues la consolidación del conocimiento es la base para su progreso. La ciencia es el descubrimiento de lo nuevo a través de un método propio, el científico y se podría pensar que el becerro del mito de la ciencia es lo que adoramos pero no es así, es la tecnología consecuente a ella. Y no esta mal que sea un mito basado en la razón.

La relación entre ciencia y política se puede resumir en el axioma baconiano de que saber es poder. El saber científico surge pues de la necesidad y la curiosidad -como la acientífica filosofía- pero también del interés. Por ello la ósmosis permanente entre ciencia y política. El descubrimiento de un nuevo virus o bacteria, de un tratamiento o nueva tecnología, del bosón de Higgs, no está influido en principio por la política pero una vez descubierto es posible. Einstein y la bomba atómica puede ser el paradigma. Y gobiernos diferentes pueden tener entornos científicos diferentes que pueden adoptar distintas decisiones que estiman científicas pero sin evidencias. La ciencia se usa para justificar las decisiones políticas y para criticar las opiniones ajenas.

Lo importante es el compartir la información. Por eso resulta desalentadora la batalla, la competitividad -razonable y justificable en algún sentido- respecto a la vacuna. Pfizer anuncia una vacuna de una efectividad del 90% con solo 94 casos, aunque estaba previsto que llegara a 164 casos. Le faltó tiempo a la empresa Moderna para anunciar que la suya era del 94,5% de efectividad con similares cifras de muestra. Y una semana después sale otra vez Pfizer diciendo que la suya supera esa cifra de efectividad hasta un 95%. Todo ello en notas de prensa, sin publicaciones científicas (solo la vacuna de Oxford hasta el momento ha publicado en la prestigiosa The Lancet) y con movimientos bursátiles de gran beneficio para algunos. La competencia en materia no científica sino económica y política -una vacuna es europea y la otra norteamericana- es evidente. Ahora más que nunca se necesita la transparencia y la confianza de la población en las vacunas. La vacuna seguramente no dará para controlar la más que probable tercera onda epidémica que llegará en el primer trimestre del 2021, pero sí quizás para posibles posteriores y para abrir la sociedad de nuevo.

Como dice Andrea Wulf: «Todos los países quieren tener la vacuna para su gente, pero para lograrlo todo el mundo tiene que trabajar de forma conjunta». Y lo ocurrido estos días con las vacunas anunciadas es desalentador. Aristóteles nos dice en las primeras líneas de su tratado Política, que toda comunidad está constituida con miras a algún bien y este bien supremo es la comunidad cívica. A ello es a lo que tiende la Política, a conseguir el bien de muchos. En esta pandemia hubo una inicial conjunción de voluntades políticas diversas para hacer que esa comunidad cívica sufriera el menor daño posible dadas las circunstancias. Pero aquello fue solo un espejismo.

* Médico epidemiólogo y poeta