Estábamos viendo una serie de televisión protagonizada por una inspectora de policía muy competente, lista, eficaz y acostumbrada a resolver casos de asesinatos difíciles, una mujer independiente y segura de sus habilidades profesionales. En un momento dado, apareció intentando meterse en unos pantalones ridículamente pequeños, haciendo enormes esfuerzos para subírselos en una escena que pretendía ser cómica. Tú te fijaste un momento y me dijiste: «¿Qué le pasa? ¿Le van pequeños los pantalones?». Te contesté que sí y tu respuesta se desprendió de la genial lógica infantil, tan genuina como impepinable: «¿Y por qué no se compra unos de una talla más grande?».

Quisiera que conservases siempre esta lógica y que los múltiples mensajes que ya recibes y recibirás a lo largo de toda la vida sobre el cuerpo de las mujeres no te la cambien ni un ápice. Ahora eres demasiado pequeña, pero en unos años te darás cuenta de que hay infinidad de falacias difundidas por activa y por pasiva sobre nuestra anatomía que tiene efectos terriblemente perversos. Una de estas mentiras con la que nos bombardean hasta interiorizarla profundamente es la que dice que es una virtud ser físicamente menos, que es un logro, casi una conquista vital, el hecho de vestir siempre la más pequeña de las tallas. No importa cuál sea la tuya, te dirán que si has conseguido empequeñecer hasta utilizar una menos habrás subido en la escala social de la feminidad. Porque, claro, este es un mensaje específico para las mujeres. La publicidad, las narrativas audiovisuales, pero también las amigas, las hermanas, la tías y las compañeras en todos los entornos nos elogian si ven que hemos disminuido ni que sea un poquito nuestro volumen. Como si ocupar menos espacio fuera un mérito.

Los mensajes en esta dirección te llegarán de forma muy directa: los anuncios se empecinarán en venderte productos, procedimientos, tratamientos, cualquier cosa que se pueda comprar, para conseguir «unas tallas menos», «un cuerpo perfecto», «una silueta envidiable». Para convencerte de la necesidad de irte disminuyendo a ti misma relacionarán la delgadez (da igual cómo estés, siempre puedes estar más delgada) con un éxito profesional asegurado, con una sexualidad plena y satisfactoria, con un amor de película. Es decir, te dejarán muy claro que cuanto menos cuerpo más garantías tendrás para conseguir la felicidad. Es más, que la única forma de poder aspirar a esa felicidad será sometiéndote a los procedimientos que te proponen, sean fajas, sean dietas, sean suplementos, productos de todo tipo o aparatos que al verlos dan mucho miedo. Y lo más perverso de todo: te harán creer que no puedes ser deseable, no puedes ser amada si no consigues llegar al objetivo que te proponen. Espero que te sabré prevenir ante los peligros que suponen estos discursos.

Hace ya mucho que este sistema funciona. Como mueve cantidades ingentes de dinero, no dejará de interpelarnos. Y no siempre del mismo modo. A veces se camufla para adoptar propuestas aparentemente alejadas de la obsesión estética, como es el caso de cuidar la salud. No te engañes: cuando te digan que esto es para cuidarte, pero a efectos prácticos acabes pasando hambre o haciendo cosas que no te gustan, no es cuidarte, es putearte. No sé cómo será la cosa cuando en unos años tengas móvil, pero ahora mismo hay un ejército entero de instagramers que, en nombre de la salud, siguen promoviendo los trastornos alimentarios.

Intentaré ser muy pesada con esto: no hay cuerpos perfectos y cuerpos imperfectos, es un invento de la industria. Incluso cuando alguien habla contra la dictadura de la imagen cae en la trampa de utilizar esta expresión. A menudo, mujeres que se erigen en defensoras de los cuerpos reales afirman: «No tengo un cuerpo perfecto, ¿y qué?». Pues no, no hay perfección alguna.

Claro que existe la belleza y que no todas somos iguales, pero eso nada tiene que ver con las medidas, aún no se ha inventado el aparato que sea capaz de detectarla, ni siquiera la báscula a la que se montan millones de mujeres todos los días buscando la validación de su idoneidad como personas en la cifra que les aparece entre los pies.

No te digo que sea fácil, el tema, porque la publicidad sabe explotar muy bien la vanidad, las ganas de gustar y gustarnos a nosotras mismas. No es malo que quieras estar guapa, que hagas cosas para verte bien, pero tendrás que estar muy atenta cuando en este terreno tan íntimo, el del amor propio y la satisfacción con la propia imagen, se cuelen intrusos que son auténticos vampiros de nuestras energías. No te dejes engañar: tu cuerpo eres tú, que nadie te separe de él.

* Escritora