Cuando Lázaro de Tormes se autobiografía en su novela homónima y anónima, el Lazarillo va pidiendo un enchufe en la corte -»un carguito para medrar», pregonaba por las calles de Toledo; así como Bogart pedía «una ayuda para un compatriota americano caído en desgracia» en El tesoro de Sierra Madre. Esto ocurría en el siglo XVI y en la hermosa película de Huston. Hoy ese «carguito» sería una plaza de auxiliar administrativo, pongamos por caso, pero la fiebre por ser funcionarios es idéntica si no más; pues el Lazarillo era un pícaro sin estudios, mientras que entre los 82.000 aspirantes a una de las 5.000 plazas convocadas por el Estado en febrero la mayoría tienen estudios superiores e incluso másteres. La precariedad del empleo en este país, diga lo que diga Rajoy y sus voceros --hoy el trabajo ha dejado de ser un derecho para ser considerado un privilegio-- supone que el 95% de esos aspirantes, que han empezado a hincar los codos sin saber aún ni la fecha del examen, se van a quedar sin el empleo con el que sueñan. Esto quiere decir que una ingente cantidad de esfuerzo y energía se habrá hecho en balde, y eso provocará un profunda melancolía y un vacío sin alma, robótico y maquinal. Como hoy es nuestra sociedad, donde el valor clave es que las cosas sean útiles, convertibles en euros para comprar y gastar. Se desprecian las humanidades, la sabiduría, el cultivo del alma, la búsqueda de la belleza, esas verdades universales que engrandecen a la humanidad y que eran los pilares de sociedad europea. Valores que ya no interesan porque en el mundo actual todo tiene que ser rápido, inmediato, transitorio y carente de sentido. Por eso es aún más grave, y sorprendente, que miles de jóvenes sacrifiquen lo mejor de sus vidas, estudios, noviazgos, viajes, en pos de un puesto de funcionario que dará a quien lo alcance la tranquilidad de tener asegurada una nómina a final de mes, pagas extras y la posibilidad de conciliar la vida familiar. Y todo esto es muy loable, legítimo, meritorio y el fin bien vale el envite, pero esa proporción tan desequilibrada de aspirantes y plazas a cubrir refleja una realidad frustrante para graduados altamente preparados y para aquellos adultos que, con experiencia laboral, ha sido expulsados del sector privado y buscan la tranquilidad de trabajar para la Administración. Una realidad que el Gobierno no quiere ver y, dado que siempre al funcionario se le ha juzgado como una persona conformista, con la vida laboral resuelta y que se gana el sueldo con poco esfuerzo, con la brutal criba advierte a los aspirantes que el empleo público es para los mejores. Qué estafa.

* Periodista