La palabra «cambio» ha sustituido a «crisis», dando a entender que la crisis ha desaparecido con el cambio político. Todo lo contrario: el cambio es la prueba de la crisis. Si las cosas marcharan bien, no habría que cambiar, ¿verdad? Cuando se elige a un Trump, un Bolsonaro, un Áder, por ejemplo, ¿no debemos entender que las cosas marchan muy mal, rematadamente mal? Los tres representan un cambio: la tolerancia por la xenofobia, la igualdad de géneros por el machismo, la justicia social por los privilegios del capital, y un largo etcétera. Entonces, cuando se elige a políticos de extrema derecha, ¿queremos decir que las cosas irán a mejor o que la gente está tan desilusionada y desorientada que no sabe por dónde tirar y lo mismo le da un roto que un descosido? Más bien esto último, ¿no? Y si el pueblo mayoritariamente entregara el poder contra sus propios intereses --porque no puede interesarle la pérdida de sus derechos tan arduamente conseguidos--, la democracia está perdida.

Alguien dirá: ¿Por qué tiene que ser «contra sus propios intereses»? Pues porque los partidos políticos obedecen a intereses de clase y los intereses de la derecha no son los mismos que los de la izquierda, no digamos ya los de la ultraderecha neofascista. Y alguien me puede objetar que no hay derechas ni izquierdas ni neofascistas, que eso es anticuado y simplista. Pues díganselo a Pablo Casado quien afirma: «Siempre que se pueda evitar que gobierne la izquierda, lo haremos». Y lo que han hecho es aliarse en Andalucía con la extrema derecha de Vox y editar un Frente Nacional, «las fuerzas del cambio», les llaman. Porque es lógico: ¿O tiene los mismos intereses el asalariado que el empresario, el que posee tres cortijos que el trabajador temporero? La escenografía que ofrecen estas «tres derechas» (Susana Diaz, dixit) los días previos a formar gobierno en Andalucía es la imagen de un circo en la que el empresario es Cs, PP el domador y Vox la «fiera». El empresario tiene el contrato con el domador y allá él si la fiera le muerde. (Es solo un símil, que nadie se me ofenda).

Y en estas estamos. Negar las clases sociales, desvirtuar los conceptos políticos, ignorar las ideologías, es como decir que no hay pobres ni ricos, desigualdades abrumadoras y vergonzantes. Eso de la trasversalidad me parece como la cuadratura del círculo: no se puede contentar a todos, reconciliar intereses tan dispares con distintas ideologías. Una ideología única es el camino al totalitarismo. Así es que un nuevo pacto social y político de izquierdas se hace necesario en aras de las reales diferencias de renta y las necesidades de los diversos grupos en la sociedad. Las derechas lo han hecho sin escrúpulo. El «cambio» que las derechas buscan es ese dicho de que el capitalista es un señor que os pide fuego y se queda con vuestras cerillas. Pero el verdadero cambio sería el que, al menos, nos devolvieran nuestras cerillas.

* Comentarista político