No cabe duda de que algo había que hacer, pero el sabor de boca que nos ha quedado tras la reciente moción de censura es que a la ciudadanía se nos ha tratado como meros convidados de piedra. Sus Señorías se lo han guisado y sus Señorías se lo han comido, el resto a mirar. Cada vez se confirma más aquel eslogan que inventase Fraga en los 60 para aplacar los recelos hacia nosotros de los potenciales turistas europeos aclarando que «Spain is different». Yo añadiría que además es imprevisible, nuestra historia lo corrobora. Obviando referencias a hitos históricos de nuestro lado oscuro, esos escenarios que los críticos dieron en llamar de la «España negra» y que ahora no serían nada constructivas, somos, o algo nos quedará, de los españoles del Descubrimiento, de los de Lepanto, de los del 2 de Mayo, de los de ‘La Pepa’ o de los que cuajaron una Transición pacífica en un contexto tan lleno de tensiones. Esto que hoy vivimos no es más negro que otras lides en las que ya nos hemos visto envueltos los españoles. Si lo planteamos desde esa perspectiva patrio-exultante, las circunstancias actuales podrán llevarnos una vez más a lo imprevisible pero será conducida bajo el paraguas de nuestra personalidad. Esa idiosincrasia que siempre nos ha distinguido como un pueblo resolutivo, valiente y con imaginación. El hispanista alemán Werner Beinhauer nos definía en su obra El carácter español como un pueblo que da supremacía al valor de la persona por encima de su rango, su profesión, su condición o sus ideas; ponía de ejemplo cómo los pintores extranjeros que pintaban a un rey o a un mendigo expresaban la realeza o la miseria y sin embargo nuestros pintores, al tratar temas análogos, solían expresar el carácter de un hombre que, por casualidad, era un rey o un mendigo. Decía que ante algo que haya que hacer, para nosotros lo más importante es quién y para quién lo va a hacer antes que la cosa a hacer en sí misma. Y lo cierto es que los españoles no somos gente de grandes conceptos impersonales. Para nosotros el desempleo, la pobreza o la ruina tiene cara, nombre y apellidos; y el Gobierno no es un abstracto poder del Estado, es tal o cual individuo o individuos concretos con nuestra misma humanidad y a los que responsabilizamos personalmente. Del estudio sobre la actitud ante la vida que es común a los individuos que integran los distintos grupos sociales, ya se ocupaban desde la primera mitad del siglo XX los antropólogos de la corriente de pensamiento conocida como Cultura y Personalidad. Si estudiasen hoy a los españoles, seguro que encontrarían diferencias notables con respecto a portugueses, griegos, italianos o cualesquiera otros pueblos de Europa en referencia a la capacidad y actitud para plantar cara a los avatares. No nos pueden quedar bien esos patrones ajenos que a veces nos quieren ajustar ni recetas de otros lares. El camino que tengamos que recorrer no puede estar planificado, tenemos que salir de esta en nuestra línea y a nuestra manera. Nuestro particular carácter colectivo hará que una vez más volvamos a dar ese paso de caballo de ajedrez hacia una dirección imprevista, saltando por encima de lo que se interponga y corrigiendo ligeramente el rumbo en el último momento. Lo acabamos de ver, es lo que solemos hacer.

* Antropólogo