El buenismo es un término que ha hecho popular la política. Por supuesto, en la sabiduría popular el concepto es manejado desde que el hombre es hombre como, por ejemplo, dícese de aquel buenazo con un puntito de lerdo. Ni que decir tiene y en honor al historicismo más científico y a la verdad más rabiosa que el representante con más ínfulas de dicha corriente de pensamiento es Zapatero. José Luis, en sus gloriosos tiempos de presidente buenista, creó la ideología. Aquellas tristemente famosas políticas basadas en el apaciguamiento donde las concesiones generosas para evitar conflictos, tanto a nivel internacional como de orden interno eran el pan nuestro de cada día de ZP. O cómo olvidar con qué presteza Zapatero y su Gobierno practicaban la táctica de mano tendida hacia grupos o gobiernos de corte violento o totalitario, que más perjudicial no podía ser para los intereses de España, porque al final acababa interpretándose por parte de tales sectores como síntoma de debilidad, y terminaba por abrir el camino a nuevas exigencias. Y cómo olvidarnos de la zapateril organización del sistema educativo basado en la tolerancia generalizada hacia comportamientos problemáticos en las aulas, o el relajamiento en la disciplina con el objetivo de conseguir una mejor relación alumno-profesor. Y cómo no recordar el humanitarismo basado en ayudas sociales poco maduradas, o el multiculturalismo, cuya esencia creó Zapatero como buen buenista para comprender las actitudes violentas y antisociales de grupos clasificados como oprimidos, frente a los opresores. Y todo lo anterior a base de subsidios, subvenciones, políticas de discriminación positiva, etc. Pero Zapatero, arrobado antropológico del buenismo, al menos se lo creía, estúpidamente en su doctrina. Pero Sánchez no cree en ella como no sea para ganar desde el populismo las próximas elecciones. El buenismo tiene un gasto social y económico terrible. ¿Cuánto nos va a costar esta vez?

* Mediador y coach