Seguimos hablando del coronavirus, de sus rebrotes, de las secuelas psicológicas, del riesgo de la depresión personal, aparte de la económica. Seguimos en vilo, conscientes de los problemas pero impotentes para solucionarlos. En el nuevo escenario social al que nos ha obligado la pandemia, no tenemos nada claro por dónde irán las cosas. Y no tener todo atado y planificado nos hace sentir vulnerables. Y, a veces, nos paraliza. No tener respuestas inmediatas, tener que esperar a que algo se resuelva, nos crea ansiedad. Y la ansiedad se combate, antes de usar los fármacos, con ideas claras, sentimientos equilibrados, emociones controladas. Hace unos días, Ginés Marco, director académico de la Cátedra Tomás Moro, de la Universidad católica de Valencia, nos describía «el ocaso de la credibilidad institucional en España, como gran drama de nuestro tiempo». De forma sesgada se está intentando reescribir la historia de un país con largo recorrido a través de los siglos y cuya tradición cultural ha derivado en nuestro modo de ser y actuar. La técnica que se utiliza es clara: a través de la educación se impulsa la fragmentación y el enfrentamiento entre generaciones y entre jóvenes de distintas latitudes geográficas. Hoy asistimos a una fase de demolición de los principios del sistema, y el resultado es ese ‘ocaso’ del que nos habla el profesor Marco. Preocupa, es claro, la actualidad nacional. Sobrecoge tanta falsedad ‘informativa’.

Desorientan tantas voces, al mismo tiempo, sobre todo, cuando la realidad es bien distinta de lo que se proclama. Quizás, por eso, la figura de Tomás Moro se realza con fuerza a través de sus ‘cátedras’, constituidas en algunas universidades. Tomás Moro tuvo una gran carrera politica, llegando a ser nombrado por el rey Enrique VIII, Lord Canciller de Inglaterra. Pero su heroico empeño en mantenerse fiel a la Iglesia católica, le llevó a ser encarcelado en la Torre de Londres, donde escribió unas ‘bienaventuranzas’ que tienen por titulo El gusto de vivir. Seleccionamos las ocho, con mayor incidencia en esta hora: «Felices los que saben reírse de sí mismos, porque nunca terminarán de divertirse. Felices los que saben escuchar y callar, porque aprenderán cosas nuevas. Felices los que están atentos a las necesidades de los demás, sin sentirse indispensables, porque serán distribuidores de alegría. Felices los que saben mirar con seriedad las pequeñas cosas y con tranquilidad las cosas grandes, porque irán lejos en la vida. Felices los que saben apreciar una sonrisa y olvidar un desprecio, porque su camino será pleno de sol. Felices los que piensan antes de actuar y rezan antes de pensar, porque no se turbarán por lo imprevisible. Felices ustedes si son capaces de interpretar siempre con benevolencia las actitudes de los demás aún cuando las apariencias sean contrarias. Felices, sobre todo, ustedes, si saben reconocer al Señor en todos los que encuentran, entonces habrán hallado la paz y la verdadera sabiduría». Tomás Moro fue declarado por el papa Juan Pablo II, patrono de los goberrnantes y los politicos, precisamente, por «el testimonio ofrecido hasta el derramamiento de su sangre, por defender la primacía de la verdad sobre el poder y como ejemplo imperecedero de coherencia moral». Ante un país en discusión y una clase política «desvalorizada y enfrentada», bueno será que su «patrón celeste» se haga presente con sus enseñanzas y su ejemplo. Agosto nos abre a las vacaciones y a la mirada de María, «la Virgen de agosto», protección maternal y regazo abierto a sus caricias celestes.

*Sacerdote y periodista