Victor Manuel se preguntaba cantando «¿a dónde irán los besos que no damos?», y en la respuesta surgió una tan bella como sentida canción. La copla tiene sus años y persiste en la memoria, propio de las buenas canciones, pero dándole una vuelta me hago otra pregunta, ¿a dónde van esos besos que damos sin ton ni son a personas desconocidas y que no volveremos a ver después de rozarnos el cutis? Nuestra sociedad se ha vuelto muy besucona, un ámbito antes reservado a la familia y a los enamorados, donde brotan los mejores besos y más perfectos. En mi infancia y adolescencia era así, y no sabría decir con seguridad cuando empezó esta depreciación del besar a todo quisque que nos pongan por delante. Mi teoría es que fueron las gentes de la farándula quienes empezaron a besarse con fruición, al menos, a mí siempre me asombraban esos abrazos y sobeos interminables que se daban entre ellos cuando se encontraban antes y después de la función, en las comparecencias ante las cámaras o apariciones en público. Esta cariñosa costumbre pasó luego al trabajo y he tenido compañeros que tanto al llegar como al despedirse cada día se abrazaban como si se fueran de vacaciones. Si bien, tengo la sensación de que este furor se ha rebajado, entre otras cosas, porque era agotador tanto besuqueo. En cambio, en las relaciones esporádicas de calle o recepciones, en las entregas de premios y cuando nos vestimos de guapo los besos revolotean de mesa en mesa, de grupo en grupo y no hay quien atienda al gesto de dar la mano para saludar a quien nos acaban de presentar y que no conocemos de nada y, probablemente, no volveremos a ver después de tan fugaz como superficial encuentro. Un gesto de saludo, el de chocar la mano, que nació entre caballeros para demostrar que no escondían armas. Ahora lo de dar la mano no lo practica casi nadie y la persona que lo hace corre el riesgo de quedar como anticuada o estrecha. No lo digo tanto por lo que personalmente me pueda molestar ser dador o receptor de ósculos, lo digo porque siempre que me topo con un grupo en el que algún amigo hace las presentaciones y comienza la roda habitual, pienso para mí en si la persona a la que voy a besar sin conocer de nada estaría por la labor de besarse conmigo. Suelo entonces, y no siempre, extender medroso la mano y comienza una situación ridícula de cara-mano, beso-abrazo, que suele quedar para el culo, y al final acabo besando, dando la mano y abrazando a todo el mundo sin discriminación. Cada vez entiendo mejor al padre de un amigo, que en su profesión alcanzó gran notoriedad, quien cuando acompañaba a su hijo con motivo de algún evento ya le advertía: No me presentes a nadie que no conozca. Así que queridos desconocidos, si nos encontramos, dense por besados.

* Periodista