Descansemos un momento de este tumor nacionalista, que aún no hemos conseguido extirpar en nuestra historia; esta aberración en nuestra genética de convivencia, que reproduce una y otra vez su estúpida verruga, y nos pica y nos pica, tentándonos una y otra vez con el placer de rascarnos y rascarnos hasta volver a desollarnos, y por más que nos rasquemos, no logremos liberarnos de este vicio en las uñas y en el ego. Descansemos de otra campaña electoral y todo su tinglado que promueve la comedia tan manida de qué harán con nuestra voz y nuestras esperanzas. Descansemos el alma de zozobras y melancolías. Viene de nuevo abril con su azahar. El Misterioso Jardinero, un año más, pasa por nuestras calles su aliento imperceptible, y un año más los naranjos han respondido formando sus florecillas blancas. Es el azahar; hasta su nombre evoca no sé qué mágicos jardines, palacios, mundos donde la belleza y la ternura no conocen el adiós de envejecer ni marchitarse. Es ese humilde pezón; una noche nos abre su perfume en una lluvia de pétalos por la brisa. Las calles se vuelven novias que pasan con sus velos blancos, nos llaman, nos acarician, nos sonríen. Algo en lo profundo de nuestro corazón nos susurra que aún es posible regresar a la inocencia, que poseemos un fondo, tantas veces olvidado, leve, imperceptible, de poder alzar la mano, coger una flor y olerla y regalarla. La vida se encuentra en cada ser humano y le pertenece y nos pertenece a todos. Se aparean los gorriones entre las hojas nuevas; rumorea una fuente en el frescor del mármol; el cielo, en su azul, prepara la Pascua de Resurrección, y mayo vendrá con su cortejo de rosas y alhelíes, verdor de hiedra, buganvillas, jazmines, claveles, albahaca; y geranios, ¡tantos geranios! Nació el amor en novios nuevos. ¡Quién se acuerda ya de los pálidos fríos del invierno, sus nieblas apagando los naranjos, la tristeza de temer que la vida tal vez no regresase más! Todo fue cansancio. Ahora tenemos que vivir nuestro tiempo: ese regalo que la naturaleza nos hace a los humildes, a los que no poseemos más riqueza que sentir, soñar, correr tras un anhelo, una emoción, y la debilidad de no disimular una sonrisa o una lágrima, y el amor de entender la muerte como la manera más maravillosa de dar la vida a otros.

* Escritor