Inés Arrimadas se envuelve en la bandera con su calor de época. El acto de sacarla y extenderla durante el Pleno del miércoles en el Parlament ha tenido mucho de discurso metafórico, de una amputación de los complejos que han lastrado a la izquierda y a una buena parte de la gente desde la muerte de Franco. Para mí la bandera es recordar las caras jóvenes de Fernando Martín, Epi y Corbalán cuando se descolgó la rojigualda con la estadounidense en los Juegos Olímpicos de Los Ángeles’84, que vieron cómo Jordan ascendía a los cielos frente a una España que encendía su madrugada de gloria. Ahora, Inés Arrimadas dice que «Ni Torra ni sus comandos separatistas harán desaparecer esta bandera de Cataluña y todo lo que representa. Cuando ustedes queman banderas de España en las puertas del Parlament o la descuelgan del Palau de la Generalitat, lo hacen porque esta bandera representa la igualdad, la solidaridad y la unión de 47 millones de personas». Es la idea de bandera democrática como emblema de la Transición que ahora cansinamente se pone a caer de un burro. Es una bandera para todos, incluso para aquellos que no quieren banderas, incluso para aquellos que están en contra de ella y la Constitución que representa. Es el amparo máximo, que no precisa de una aceptación porque está ahí, con su brillo de tiempo demorado en la tierra. Cuando uno se ha criado desde aquel primer fulgor con la selección del 84 y luego ha ido acumulando penuria internacional hasta que llegaron los fabulosos Gasol, Navarro y el cordobés Felipe Reyes, la bandera es el sueño que puede levantarse por encima de todas las cabezas. Y es un sueño que también habla de las cosas que habla Inés Arrimadas: igualdad, solidaridad y unión. Pero además libertad y democracia. Y si dejamos esas palabras en manos de quienes pretenden imponer su propia dictadura en sectarismos de lazos amarillos por las calles de Barcelona, si dejamos los símbolos y toda la batalla emocional dentro del griterío independentista, perderemos un espacio cívico que debería ser recuperado y celebrado.

Lo mejor del gesto de Arrimadas fue la reacción que provocó en Iceta. Iceta, líder del PSC, el hombre que bailaba y que sigue bailando con los lobos, aunque a ritmo de Queen. Locuaz y decidido, señaló la bandera española que todavía está presente en el Parlament y le espetó: «Con toda cordialidad, Inés. Para bandera española, ésa, que es mucho más grande, mucho más bonita y la vemos todos, y nos representa a todos». Hombre, más grande sí. Tampoco iba a ir Arrimadas con la bandera de la plaza de Colón, en Madrid. Pero por lo demás, ni más ni menos bonita, ni más ni menos representativa: es la misma. Roja y gualda. La misma. Pero Iceta tenía que perfilar su número de fuego en la palabra fina, cordialmente, con los soberanistas. Porque Iceta es el hombre que baila con los lobos y afila los colmillos delante del espejo, para gustarse más. Luego continuó: «Entiendo que los que han nacido del conflicto y han crecido con él no tengan el menor interés en resolverlo, eso es Ciudadanos. Me parece poco elegante aprovechar un debate sobre la orientación política general del Gobierno para hablar de otras cosas. Yo sí defiendo el diálogo con todos, siempre». Hombre, tampoco. Solo han nacido del conflicto quienes han preparado los leños, han buscado la mecha y la han prendido, en contra de más de la mitad de una población que aún sigue votando a partidos no independentistas; porque es posible que tras estos años de adoctrinamiento los próximos resultados electorales cambien; pero ahora mismo, aún, España sigue siendo mayoría en Cataluña.

Iceta deja el socialismo catalán a un paso de la piromanía. Ciudadanos ampara a una parte de la población que ha sido recluida en sus barrios, tiznada de españolista y marcada a hierro por no querer la independencia. Iceta sigue con su baile de ambigüedad que ya es connivencia con el soberanismo. El diálogo ¿siempre? ¿Por qué? ¿Con un tío que quiere matarte y carga la pistola delante de tus ojos qué vas a dialogar? El buenismo nos lleva a los Balcanes, pero en un tiempo récord. Mientras, Arrimadas, de origen andaluz, sigue aguantando la xenofobia independentista y los insultos de Núria de Gispert. Al final, son más responsables las gentes como Iceta que los propagadores del incendio, porque lo hacen posible. Hace falta firmeza, legalidad y unión frente al populismo separatista. Si los lazos amarillos le resultan cojonudos, qué pasa por liarse al discurso la bandera de todos.

* Escritor