Las infraestructuras de Córdoba se retrasan, se aplazan, se anulan después de ser represupuestadas y vueltas a presupuestar en varias legislaturas, se malgastan fondos en estudios de proyectos que no cuajan, ZP nos escamoteó la capitalidad cultural por ver si los vascos cambiaban caramelos por paz, la Corte nos roba a Nieto --después de que un bi-tripartito le haga la cobra-- y lo instala con Zoido a limpiar cloacas, dos buenas personas para un trabajo necesario, el avión sigue ahí pegado al suelo sin despegar y maquillado con frases de spray, Trump no sabe ponerse la corbata ni en la Casa Blanca hay un solo estilista que se atreva a decírselo, el Córdoba CF sigue fiel a su deriva, a su destino tan español de fracaso en lo universal. O sea, estas señales de que el mundo se derrumba a nuestro alrededor son evidentes, pero el país se preocupa más por algo que ha sucedido y que sabíamos de sobra que iba a suceder de todos modos (y que lleva siglos sucediendo): que hay gente impune e inmune, que hay gente que parece que va a la cárcel pero es un espejismo que nos ponen en el desierto de la desigualdad ciudadana, y que otros van a entrar pero poquito. Y que la pasta, santa Rita Rita, a disfrutarla a la salida, como en el Monopoly. El país, el mundo, deberían aprender de los cordobeses, de este estoicismo, de este mal llamado senequismo que nos hace ver pasar los trenes del futuro bajo la joroba de Asland, los del pasado bajo los proyectos de Cuenca y los del presente ahogándose entre Los Patos y las peatonalizaciones de cardos y decumanos junto al templo. Y todo sucede no ya sin que nos atrevamos a tirarnos de la susodicha joroba a falta de aquel otro viaducto que tampoco servía mucho para eso, sino que encima la primavera sigue acercándose con la certeza vegetal de los naranjos emborrachando el aire de vida. Si en París sigue corriendo el agua bajo los puentes pase lo que pase, aquí el Arcángel parece que tiene los ojos cerrados, no para no ver el río sino para no sentir el vértigo de la altura a la que lo sometió un artista sádico, mientras se decide, o no, a tirarle el bastón a la cabeza a alguien, a ver si piensa algo.

* Profesor