Miren, ya nos vamos conociendo. Vivo entre la novela rusa y la ciencia ficción, me gustan las anomalías y lo teratológico, tapo las ventanas con libros, mi ajedrez es mediocre pero estético, atesoro juegos de mesa de distinto pelaje, presto mi voz en juicios muy serios -todos lo son- y, si me convalidaran las horas invertidas en jugar a distintos videojuegos, saldría con doctorado cum laude y tesis de estado y cátedra por aclamación. Por eso, voy a sincerarme respecto de una cuestión que a mí me preocupa, por si algún lector pudiera darme orientación. Tal es el drama: ha desaparecido la recreativa del Plateros de San Lorenzo.

Hablo de una máquina recreativa, o sea, de una maquinita, de un arcade con videojuegos instalados. Recuerdo unos recreativos con el Street Fighter, poco más del año 90, en ese pasaje que conecta Ronda de Tejares y Cervantes. Recuerdo ese momento de descubrimiento, la oscuridad y el gorgoteo de la música de 8 bits, adictiva como el opio. Y recuerdo ir reencontrando esas mismas máquinas fascinantes después: en el largamente difunto Pizzaiolo junior había dos, y la de la derecha tenía cargado, creo, el Rolling Thunder de Namco -una maravilla de espionaje de la guerra fría con gráficos a lo Flashback-. Todos los bares tenían su máquina. Aparecieron unas recreativas táctiles hacia principios del año 2000, que convivían junto a arcades que ya cargaban el primer Tekken. Justo en ese momento perfecto el negocio eclosionó, y era posible ir de centro en centro comercial de Córdoba jugando a los videojuegos más potentes, variados y de moda. Unos euros en el centro recreativo del Eroski, o en el más pequeño del Zoco, suponían más de una hora de sofisticadas recreativas, en las que que algunos flipados -no quiero señalar- desarrollaron la costumbre de jugar al Time Crisis disparando a la vez las pistolas de los jugadores 1 y 2, o sea, como verdaderos majaderos.

Las consolas modernas fueron creciendo a la par, como los ordenadores, y los enamorados del arcade nos vimos en dificultades. Quedaron pequeñas reservas, como el centro de recreativas de El Tablero, ahora profanado como bar de apuestas. Las máquinas comenzaban a ser verdaderas rarezas, hablo ya de 2008 en adelante. Nos ha quedado enchufar al televisor emuladores con tropecientos roms o, si eres un artista como mi cuñado, construir tu propia máquina artesalmente.

El caso es que no había ya dónde echarse una mísera partida de Pang. Con la excepción, claro, de Sociedad de Plateros de San Lorenzo, que ofrecía en 2018, todavía, la posibilidad de calzarse un vermut de bodega excepcional mientras jugabas al Super Ghouls ‘n Ghosts. Estuve en Plateros hace meses, y ni rastro. Y volví hace veinte días, y ni rastro tampoco. Quiero pensar que en algún salón de cumpleaños o bolera, atrincherada en su polígono, es posible encontrar recreativas. Pero si algún lector sabe dónde puede echarse, en 2019, una partida decente a algún juego de los de siempre, que avise.

* Abogado