Manuel Fernández, en su artículo «De tapas en la Academia», aludía al salón del antiguo Colegio de la Asunción donde se suele reunir la Real Academia de Córdoba. Dudaba si fue dormitorio o comedor y yo le aclaro que fue un lujoso comedor; como el de un hotel. Lo sé no de oídas sino de comidas. La Academia celebró el Día Mundial de la Alimentación en el mismo lugar donde los colegiales practicábamos una gastronomía elemental. Todos los dias, excepto jueves y domingos, comíamos garbanzos. Los machacábamos con el tenedor y rociados con aceite de oliva lográbamos un plato saludable, tras el caldo del puchero. La luz de aquellas lujosas arañas de cristal producía destellos en las botellas de aceite por todas las mesas. Aceite de oliva que nos suministraban nuestras familias y no el Colegio. De desayuno no faltaba el huevo frito o tortilla de patatas. Practiqué múltiples desayunos, almuerzos y cenas durante los tres últimos cursos de bachillerato (1948-1951) en el anexo Instituto General y Técnico de las Tendillas. La capilla la conozco bien. A diario caminábamos semidormidos a oír misa. Alguno que otro colegial daba cabezadas somnolientas que resultaban peligrosas. Más de una vez el capellán, burgalés para más señas, despertó al infiel con una sagrada bofetada tan solemne como la misa. En la entrada del Colegio, una placa informaba que fue inaugurado por el ministro de Educación, Ibáñez Martín, amigo del director don Perfecto García Conejero. La placa informativa ya no está. Por eso casi nadie sabe qué ahí hubo un colegio público muy moderno. ¡Ay la «desmemoria»...!

* Periodista