Lo venía pensando -y lo he comentado con concejales- desde que se puso en marcha el cambio de nombres de calles por la memoria histórica. Pero me ha venido definitivamente a la mente -quizá ya para nada- después de la sesión del 8 de noviembre de la Real Academia en la que se hizo memoria de algunos de sus miembros ya fallecidos. José María Palencia recordó a Enrique Romero de Torres, «defensor del patrimonio de Córdoba»; María del Sol Salcedo lo hizo con su padre, Miguel Salcedo, «la voz iluminada»; Joaquín Mellado habló de Miguel Ángel Orti Belmonte, «ilustre cordobés, profesor e historiador eminente»; Juan Díez García recordó a José Priego López, «inspector y académico numerario»; y Francisco Solano Márquez le dedicó su tiempo a Antonio Cruz Conde (1910-2003) «alcalde eficaz y académico de honor». Como a la calle con apellido Cruz Conde le sería quitado el sustantivo José por imperativos lógicos de la memoria histórica pensé que la vía quizá de más notoriedad de Córdoba podría seguir llamándose lo mismo aunque con nombre cambiado. Paco Solano habló de la ciudad de Antonio Cruz Conde, «de quien llegó a decir la gente que desde que es alcalde --de 1951 a 1962-- Córdoba parece otra». Y habló de la recuperación de monumentos olvidados, como el Alcázar, la Calahorra y la Corredera, la atención a los rincones típicos, la mejora de los servicios municipales, entre ellos el abastecimiento de aguas, el hallazgo y excavación del templo romano o el rescate de la Casa de las Bulas como Zoco y Museo Municipal. La reconstrucción de las murallas occidentales, desde la Puerta Sevilla hasta la de Almodóvar, el Campo Santo de los Mártires y el «abundante manantial de la Cruz Roja» son otras acciones de un alcalde que «hizo» la actual ciudad y al que proponíamos para que como Antonio le diera nombre a la actual calle Cruz Conde. Y es que un alcalde que le dio forma a la calleja del Pañuelo, que creó las de la Hoguera y que infundió seducción a la Cuesta de Pero Mato, desde los altos de Santa Ana al Museo Arqueológico, merece, al menos para los románticos amantes de la belleza, quedar como memoria de lo bien hecho.