Conversar de manera divertida e inteligente se ha convertido ahora en una cuestión difícil de llevar a buen término: nos muerde la vida y sonreír cuesta un esfuerzo bizarro. Charlamos con frases manidas, envejecidas y tristonas, o bien criticamos sin ton ni son los avatares del día a día bajo una lupa enmohecida y gris.

Pero observo, y ustedes también lo habrán percibido, que nos hemos abandonado a la creencia de que esta desestabilización en nuestra existencia colectiva y personal, nos ha traído un tiempo poco luminoso, que nos hundimos en la sospecha de que no volveremos a ver el mar como antes.

Por otra parte, nos hemos conmovido en el uso de videollamadas; en volver a reconocer que disfrutar es una actitud; que la risa es una defensa; que ser felices no es tan cuesta arriba; que los vínculos familiares y de amistad han establecido una nueva primavera; que las relaciones sólidas recorren el pasado y nos avientan al futuro; que elegir permanentemente nos aleja de la resignación para rebosar libres con la expresión de nuestros sentimientos.

Y rememoro el verso de la canción «ay, amor, si te llevas mi alma, llévate de mí también el dolor...», porque al relativizar estas circunstancias se nos ha hecho un hueco en el interior, y porque hemos creado nuevas atmósferas por medio del arte, de la música, de la belleza.

Estas ideas y sensaciones me llevan a Margerite Yourcenar y a uno de sus pensamientos, para mí de lo más imprescindible. «¿Qué es lo que te ayuda a vivir en los momentos de desconsuelo?... Todo lo que era bueno en las horas de deleite sigue siendo exquisito en las horas de desamparo».

«Ahí está el éxito del ensayo de la joven doctora zaragozana»

Cierto. Se ha destapado un medio muy conocido que siempre nos hace permeables a los cambios que vivimos y desbrozamos cada día, y ahora aún más. Es la lectura. Curioso cómo hemos vuelto a encontrarnos con los libros como la mejor fórmula para salir de la tristeza. Es extraordinario el auge actual de librerías y editoriales. Escritores y escritoras se han lanzado a la creación con ahínco y seguridad.

Hemos retomado la lectura con tantas ganas que ahí está el éxito del erudito y maravilloso ensayo de la joven doctora zaragozana Irene Vallejo, ‘El infinito en un Junco. La invención de los libros en el mundo antiguo’.

Sus casi 400 páginas han recibido hasta ahora tales premios y reconocimientos que no me resisto a enumerarlos: Premio Nacional de Ensayo 2020. Premio el Ojo Crítico de la Narrativa 2019. Premio Las librerías Recomiendan de No Ficción 2020. Premio Búho al Mejor Libro 2019, otorgado por la Asociación Aragonesa de Amigos del Libro. Premio Acción Cívica. Premio Nacional de Promotora de Estudios Latinos 2019. Premio José Antonio Labordeta 2019. Premio de la Asociación de Librerías de Madrid al Mejor Libro del Año en la categoría de No Ficción.

Su publicación es tan emocionante que me ha despertado otro sentido de lo humano, mucho más generoso, más comprensivo, más magnánimo, incluso más cultural. Y sobre todo me ha avivado y estimulado un profundo agradecimiento al esfuerzo de la humanidad, de nuestra historia común desde Alejandro hasta nuestras bibliotecas, desde dignificar aún más reflexivamente lo colectivo hasta la gravosa dificultad de acometer la democracia pasando por fijar los derechos personales.

Si todavía no lo han abordado por prejuicios o a saber por qué, arremetan y láncense a la lectura de este trabajo. Luego me contarán su regocijo por el tiempo dedicado. Es una muy generosa historia. Un tesoro.

Y todo esto se produce porque hay tiempo para la lírica, tiempo en el que nos sabemos frágiles y desconfiados mientras buscamos consuelo y verdad.

Concluyo con Cortázar, hoy no podía ser de otro modo: «Yo quiero proponerle a usted un abrazo, uno fuerte, duradero, hasta que todo nos duela. Al final será mejor que me duela el cuerpo por quererle, y no que me duela el alma por extrañarle».

Buen año.

* Docente jubilada