Después del nombramiento de Salvador Illa como candidato del PSOE a la presidencia de la Generalidad, quizá lo consecuente sería nombrar a Fernando Simón vicepresidente del Gobierno. Son formas de premiar la transparencia, la eficacia y la honradez en el tratamiento de la información, que quizá sea el único material que podía ser gestionado realmente por el Gobierno, después de que en verano pasara toda la responsabilidad a las comunidades autónomas. Ahora se comprende muchísimo mejor el agravio comparativo de Illa con Ayuso, porque a pesar del talante -qué peligro tiene esa palabra en la historia reciente socialista- apacible de Illa, era muy difícil comprender que cuando las cifras en Madrid eran tan inferiores a las de otras comunidades, las medidas restrictivas de la movilidad ciudadana mantuvieran su dureza allí. Es decir: cuando en otras regiones la media de contagios casi duplicaba a la madrileña, las medidas más duras se mantenían en Madrid. Eso viste mucho para el independentismo catalán, da una cierta carta de naturaleza a una moderación -eso sí, aparente- que luego tiene poco que decir cuando se cruzan guantes en el ring secesionista.

Así que, si el premio por esta gestión era la Generalidad, Fernando Simón bien podría ser nombrado vicepresidente del Gobierno. Y para Pablo Iglesias podría improvisar Sánchez un cargo de director general de cultura audiovisual a ambos lados de la cámara, que es lo que le gusta, o directamente de ministro, que eso le gusta más. Ya ha dado el visto bueno en Twitter a los primeros cinco episodios de Treinta monedas, la serie de Álex de la Iglesia, así que al menos cuando habla de series el tipo sabe de lo que habla. Y para eso qué más daría Simón, si al final es lo mismo. Hay algunos muertos que se nos han quedado colgando por ahí. Y tan tranquilos, porque lo importante es ser cordial. Y el otro de paseo, viendo series y contándolas mientras monta aquelarres a la monarquía con sus treinta monedas.

*Escritor