Contaba Pío Baroja 33 años cuando en 1905 publica La Feria de los discretos, coincidiendo con una etapa de su vida muy viajera. Sorprende el expreso conocimiento de la ciudad de Córdoba y la amena descripción de sus rincones. La novela, situada en las vísperas de la Revolución de 1868, permite a través de la historia de Quintín García Roelas traspasar la descripción de lo físico a lo antropológico con personajes inolvidables de la sociedad cordobesa. Centrándonos en lo primero y a falta de esa guía turística definitiva «La Córdoba de Pío Baroja» -se debería contar con el trabajo de Antonio López Ontiveros al respecto- hay un elemento que describe en su novela que si en la misma pasa casi inadvertido en la actualidad más.

«Quintín no iba a la escuela ni sabía nada. Salía andrajoso a jugar en la calle con granujas y manteses. Un día el Pende, al ver a Quintín entre gitanos, lo cogió y lo llevo a casa, y dijo a su mujer.

-Con este chico hay que tomar una determinación.

-Sí hay que hacer algo -repuso ella.

-¿Por qué no preguntas al señor si sabe de una escuela que no cueste?

La Fuensanta habló al platero, quien la escuchó atentamente.

-¿Sabes lo que vamos a hacer? -dijo don Andrés.

-¿Qué?

-Enterarnos de la familia de su padre. ¿Cuánto tiempo hará que lo mataron?

-Siete años.

-Bueno, pues yo me enteraré.

En la misma calle, esquina a la Espartería, en una casa en cuyo chaflán hay una cruz de hierro, habitaba un capitán de miqueletes retirado, don Matías Echevarría. El platero fue a visitarle, y le contó lo sucedido en la Venta de la Encrucijada y le preguntó si recordaba el suceso y si sabía el nombre del protagonista.

-Sí -dijo don Matías-. El muchacho ese que se echó al campo y que mataron camino de Pozoblanco era hijo del marqués de Tavera. Cuando ocurrió la cosa, se echó tierra al asunto y se dijo que había muerto a consecuencia de una caída de caballo, y nadie llegó a enterarse».

Pues al igual que nadie llegó a enterarse del mencionado asesinato, nadie parece enterarse ni entender, en una ciudad como Córdoba, que un espacio histórico como esa famosa esquina haya sido allanada, no solo por un rosario de carteles indicativos, sino, en última instancia por un luminoso verde que anuncia una farmacia colocado encima de la antigua cruz sin respeto alguno a lo que representa.

Desde Estudio y Acción reclamamos más sensibilidad respecto a la actuación en lugares que deberían ser referentes culturales y que merecen un esfuerzo y más imaginación, por parte de autoridades y ciudadanos, para que puedan convivir los elementos indicativos que sean necesarios con la preservación del espacio. Sin duda, actualmente, Pío Baroja habría pasado de largo sin sugerirle esa peculiar esquina de la cruz ninguna referencia de singularidad a destacar de Córdoba.