Mi última visita a Priego me reconfortó grandemente en lo espiritual y en lo físico. Hacía tiempo que no pisaba la tierra de mis padres y de mis hermanos, de mis abuelos, y de muchos conocidos y queridos amigos, algunos de los cuales, desgraciadamente, no he podido estrechar sus manos, ya que, inmisericordemente, los han puesto en el tablón de anuncios de las puertas de las iglesias con la cruz de la redención. Descansen en paz, y les acompañe mi pena de no haberme despedido de ellos, como se merecían los amigos de la juventud y compañeros de colegio.

Esta civilización se acaba, si no le ponemos remedio a tiempo corrigiendo los errores tan enormes que hemos cometido con la tierra, llenándola de inmundicia por doquier, y haciendo que se caliente más de lo corriente y normal, lo que nos va a llevar en el futuro no tan lejano a grandes gotas frías que caerán inmisericordemente sobre la tierra como en la región de Murcia.

Visité muchas veces la Fuente del Rey, donde me entretuve en escuchar la melodía de sus aguas cantarinas, al salir por los caños de su fuente, tantos como tiene el año. En ver cómo Neptuno mantiene el tridente sobre su mano, mientras Anfitrite lo mira extasiada, agarrado al fiel delfín, todos montados sobre el carro marino tirado por bravos corceles.

Y gocé enormemente viendo como por la Fuente de la Salud, entre riscos, salía el agua (no con tanta alegría como otras veces), debido a la sequía tan severa que hemos atravesado. Pero al mirar, y remirar, sobre las limpias aguas de la Fuente de la Salud, eché en falta la presencia de los «zapateros» que tantas veces había observado deslizarse sobre la superficie de las aguas con sus patas abultadas que los mantenían a flote. Y no tuve que preguntar a nadie la causa de tal exterminio, ya que era evidente, que la misma se debía a que estos sensibles animalitos no habían podido soportar la cloración de las aguas del manantial, cosa que no sucede en el manantial de Zagrilla la Alta donde nadan sin cansarse sobre aquellas naturales aguas.