Aparca unos minutos su trabajo como camarero en el bar El Drac de La Bisbal (Gerona) para hablar de un libro que hoy sale a la venta, El monarca de La Bisbal, donde Albert Solá cuenta, en primera persona, la historia de un hombre «que buscó a un padre y le sirvieron en bandeja un rey»: Juan Carlos I.

—A sus 62 años le habrán dicho muchas veces que tiene un nariz muy borbónica.

—Jamás he ido por el parecido. Yo busqué mis raíces a partir del año 82. El problema es que fui adoptado demasiado mayor, pero no hay duda de que soy hijo del Rey emérito. En el libro lo cuento todo tal como fue.

—En todo momento dice usted que ha notado la mano de la Casa del Rey.

—Sobre todo a partir de que un juez, en el 2001, me dice: «Su padre es Juan Carlos de Borbón y Borbón, Rey de España». En el 82, en la Maternidad de Barcelona, el director ya me dijo que mi padre era una persona muy relevante que duraría muchos años en el cargo.

—¿Sufrió depresión cuando supo quién era?

—Me dio un bajón, por lo que representaba. Me costó asimilarlo.

—Dice en el libro, hasta tres veces, que jamás ha tenido aspiraciones...

—No. Y lo mantengo.

—Aunque sí le gustaría tener más certezas sobre su origen.

—Por parte paterna, no hay dudas. Juan Carlos tenía 18 años cuando dejó embarazada a mi madre biológica en Barcelona, en la posguerra. Yo soy el hermano mayor. Y de mi existencia supo hasta Franco. Me imagino que pensaron que había que esconderme y a los 3 meses me trasladaron a Ibiza. En los documentos que he podido obtener no consta quién me custodió, pero recibieron dinero. Hay recibos. Con 8 años acabé con mis padres adoptivos en una masía de Gerona.

—Y vivió en un entorno rural.

—Pasando penurias. Por no haber no había ni luz, y si era un mal año, incluso compraban fiado, pero era feliz. Y fíjese que a los 16 años mi padre adoptivo me compró una moto Guzzi. A los 18 me pagó el carnet de conducir y me dijo que me compraría un coche si me lo sacaba a la primera, como pasó. Y a los seis meses, otro nuevo al contado. ¿Quién pagó todo aquello?

—Dice que la Zarzuela sabía en todo momento qué hacía usted con su vida, incluso en México, donde se fue y donde se casó.

—Sí. No hacía falta que me lo dijera alguien del CNI [Centro Nacional de Inteligencia]. Ellos me hicieron hacer la prueba del ADN y dio positiva en un 99,9%. Ellos me llamaban «el principito».

—Mucha gente no monárquica se declaraba juancarlista. ¿Es su caso?

—Yo, francamente, en su momento, sí, no lo voy a negar.

—¿Qué le pedía en las casi cien cartas que le escribió?

—Una audiencia en privado, donde él quisiera. Le decía que no lo iba a traicionar nunca. Incluso me atrevía a darle un consejo: el silencio mesurado es bueno, el silencio prolongado puede ir en contra. Nunca me contestó.

—Los medios se interesaron por su caso cuando Felipe subió al trono tras la abdicación.

—Sí. Y le tengo que decir que me emocioné, pero para bien. Y yo no suelo emocionarme. Él está ahora donde tiene que estar, y no yo. Esa fue mi respuesta a los medios que me llamaron.

—¿Qué opina ahora mismo sobre la institución?

—Ya sé por dónde va. Yo he crecido en Gerona. Mi familia adoptiva, la gente que conozco... todos son republicanos, pero me respetan mucho. Le diré que cada día que pasa soy un poco menos monárquico. Si un rey no hace caso de un hijo, qué pueden esperar los españoles de un rey. Felipe ha heredado lo que le ha tocado.

—Ahora tendrá que dar la cara.

—Estoy preparado, qué quiere que haga. Sé que un libro no es una entrevista, pero estoy dispuesto.

—¿En el pasado su testimonio ha sido vetado porque hablar de la Casa del Rey pone nerviosa a la gente?

—Yo le puedo hablar de dos medios que me han vetado. Usted lo puede decir o no, allá usted. Uno es el diario El Mundo a principios del 2014 y fue su director. También en Hable con ellas, un programa de Tele 5.

—¿Qué contiene el bocata monarca que sirve en La Bisbal?

—Pan de molde, huevo frito, beicon, lomo, lechuga y tomate.

—A la reina Sofía no le gustaría. Es vegetariana.

—Con todos mis respetos, yo creo que soy un incordio para ella.