El Diccionario geográfico-estadístico-histórico de España y sus posesiones de Ultramar es una magna obra publicada por Pascual Madoz entre 1845 y 1850, que se configura como una muy importante referencia para las consultas de geógrafos, historiadores, arqueólogos e investigadores varios. Si en el tomo siete de esta obra, que incluye la provincia de Córdoba, buscamos el término Salado, podremos leer que se describe de la siguiente manera: «Río pequeño en la provincia de Córdoba, partido judicial de Priego: se forma del arroyo Cejalvo que tiene origen a cuatro leguas al sur de aquella villa, el cuál, recibiendo el agua de una salina inmediata, toma el referido nombre de Salado como a un cuarto de legua antes de llegar a la misma población, cuya vega atraviesa hasta el sitio llamado de las Angosturas por donde corre un canal estrecho abierto en medio de una sierra….».

Por tanto, es evidente que las, en principio, dulces aguas del río Salado adquieren su salinidad al atravesar un estrato salado, depósito de sal gema que hace unos 200 millones de años suponemos que constituía uno de los lagos a los que quedó relegado el mar que cubría gran parte de la Península, tras las convulsiones tectónicas del terciario. Existe un manantial de aguas salinas próximo al cortijo en ruinas de Las Salinas. Está situado a unos dos kilómetros de la carretera A-4152, junto al río Salado, al que vierte sus aguas aportándole la salinidad que lo caracteriza. Existen tres puntos principales de surgencia del agua, que se localizan en la base de la ladera del margen izquierdo del río Salado. Este recurso ha sido utilizado desde la antigüedad como explotación salinera, y todavía se aprecian restos de las instalaciones de las antiguas salinas. En tiempos recientes se construyeron otras más modernas, dos kilómetros aguas abajo, llevándose para ello el agua de dicho manantial a través de unas tuberías, aunque actualmente tales aprovechamientos se encuentran abandonados. De la existencia de estas salinas ya nos habla el capellán Antonio Lozano y Valenzuela, en el Diccionario Geográfico de Tomás López, medio siglo antes de se publicara el Diccionario de Madoz, concretamente en el año 1793, y también las señala como causantes de la salinidad de las aguas del río Salado.

PECES Y ANGUILAS

Refiriéndose a dicho río, el Diccionario de Madoz también dice que «cría algunos peces y anguilas». En todo caso, la ausencia o no de sal es determinante en la selección de especies que habitan este río. Aunque en otros arroyos de Priego se ha detectado la presencia de distintas especies de peces -barbo, cacho o colmilleja-, el río Salado, en su tramo dulce, no presenta este tipo de fauna, a pesar de su calidad. En su tramo salado, antes de llegar a Priego, tampoco presenta especie piscícola alguna, posiblemente debido a sus particulares características de salinidad y escasa cobertura vegetal, aunque hasta los años setenta del pasado siglo aparecía esporádicamente el barbo. Después de pasar Priego, el río se encuentra muy contaminado y no es apto para la supervivencia de estas especies. Sin embargo, conforme las aguas se autodepuran progresivamente a lo largo del cauce empiezan a aparecer cachos y barbos.

Si bien el interés piscícola de este río no es, por tanto, destacable, no podemos decir lo mismo de su fauna de invertebrados, y en especial de artrópodos. En el río Salado se han encontrado diversos coleópteros halófilos -de los géneros Ochthebius y Neobrioporus-, algunos endémicos de la Península Ibérica, descubiertos recientemente para la ciencia, que presentan una distribución biogeográfica restringida casi exclusivamente a escasas localidades de las provincias de Murcia, Jaén y ésta de Priego de Córdoba.

Finalmente, el Diccionario de Madoz asegura también que las aguas del río Salado eran utilizadas para «las enfermedades procedentes de la falta de acción en los tejidos, y también para las úlceras rebeldes», tradición que también parece haberse perdido, salvo algún lugareño que siga confiando en el poder salutífero de sus saladas aguas.