Aún hoy los escolares en Aguilar de la Frontera van con sus faroles de papel hasta una gran hoguera, situada en la Plaza Octogonal, acompañados por sus familias para celebrar La Candelaria. Y hay quienes se acercan a este fuego «que destruye todo lo malo» con una retahíla: «Este farol, no es farol, esta sandía está podría»... Francisco Javier Zurera Varo, maestro emérito de casi 86 años, se remonta al siglo XIX para explicar esta tradición que partía de los cortijos y de los mismos barrios de la Placilla Vieja, o Placilla de la Candelaria. Allí hacían hogueras que los jóvenes saltaban.

El propio Zurera recuperó, primero en su colegio y después para toda la localidad, la tradición de la quema del Juillas, con la escenificación de un pequeño teatro para representar un juicio a Judas, al que se quema junto a las papeletas con los pesares del año de los pequeños participantes.

Zurera aún relata cómo al día siguiente de la fiesta un cura pasaba desde la mañana a la noche bendiciendo roscas de pan, las tradicionales Roscas de San Blas, con forma de lazo. Aún hoy estas piezas llenan los escaparates de los comercios de Aguilar con unos lazos de colores llamados bulilis, que según la tradición, tras ser benditos, se ponían alrededor del cuello para prevenir las dolencias de garganta. Estas cintas, además, se llevaban todo el día en el colegio o se colocaban en los sombreros de los jornaleros como adorno. Hoy en día, además de lazos, las roscas adoptan formas tan creativas como la de lagartos o tortugas.