Esta es la historia de un compromiso, de la deuda no escrita por la palabra dada. Rolf Bjerring, natural de un pueblo de Dinamarca, recorrió Andalucía en autoestop en los años sesenta. En aquel entonces, era estudiante de fotógrafía y, según cuenta en su inglés con acento danés, preparaba la publicación de una revista. En uno de sus traslados, en noviembre de 1964, camino a Córdoba, fue recogido en la carretera por una familia. Ni él hablaba español, ni ellos inglés, pero lograron entenderse lo bastante como para que aquellas personas depositaran en un desconocido un preciado tesoro, una fotografía de familia en la que aparece una mujer y sobre ella el recorte de dos jóvenes. «Me pidieron que les hiciera una ampliación de la foto (la original es muy pequeña) y que se la enviara porque aquí no se podía hacer eso». Aquel fue el encargo que se comprometió a hacer y que no ha podido cumplir en 54 años. «Cuando llegué a Dinamarca, mi madre enfermó y murió al mes siguiente», explica compungido, «en ese tiempo, la fotografía se extravió y durante años no pude encontrarla».

El tiempo pasó «pero siempre tuve en mente la petición de esa familia de Córdoba, que confió en mí», afirma. En estos años, él dejó la casa familiar y se mudó a Copenhague, donde ha trabajado como hipnotizador profesional durante décadas. «Nada de misterio, lo mío ha sido hipnosis terapéutica», afirma para despejar cualquier duda nada más decir la palabra hipnotizer. «Es algo que aprendí de mi padre después de la muerte de mi madre y que me ha permitido ayudar a mucha gente», comenta.

Toda la historia, que revela a trompicones, buscando las palabras exactas de su vocabulario de inglés para ser lo más fiel posible a lo ocurrido, la relata visiblemente emocionado. «Tenía que venir».

En abril de este año, la casa familiar se puso en venta y, según creo entender, fue entonces cuando se repartieron los bienes que contenía en su interior. «Entre esos enseres, había una mesa con ocho cajones que debían llevar años sin abrirse». En uno de esos cajones apareció la foto perdida. «En ese momento, decidí que tenía que volver a Córdoba para cumplir mi promesa», asegura como quien revela una obviedad.

Ni corto ni perezoso, se embarcó en un viaje en coche que le ha llevado a recorrer 3.000 kilómetros solo. Su primera parada una vez aquí fue en Diario CÓRDOBA, para pedir que publicáramos su historia por si apareciera aquella familia. «Estoy convencido de que esta fotografía es muy valiosa», asegura, «aunque no sé si aquellas personas vivirán, deben tener cinco años más que yo, unos ochenta».

MARÍA SANTO MARÍN // En el dorso de la fotografía, que ahora trae ya ampliada, se lee un breve texto manuscrito en el que se entiende algo así: «Por ser la primera foto que llega a mis manos, guárdala en tu casa para que nunca me olvides. Adiós». La firma se lee claramente: María Santo Marín.

Esa es la única pista que tiene Rolf Bjerring para localizar a la familia que, según cree, eran naturales de Córdoba capital, por lo que pudo adivinar de aquella fugaz conversación que mantuvieron en el trayecto de Sevilla a Córdoba. Nunca más volvió a ver a los ocupantes de aquel coche y han pasado 54 años. Solo sabe que eran dos hombres, pero desconoce el parentesco que los unía y después de cinco décadas solo puede asegurar que uno de ellos era algo mayor que él, que apenas contaba 21 años. «Hace tanto tiempo ya, no podría decir nada del otro, la verdad».