El diálogo entre el Gobierno de Pedro Sánchez y la Generalitat ha «encallado». Fracasado tal vez sería la palabra adecuada, ya que esa es la sensación que transmitía la vicepresidenta, Carmen Calvo, rostro de un Gobierno atrapado en el fuego cruzado de una oposición que no da tregua y de unos independentistas que plantearon la negociación en términos inaceptables. Durante años desde Cataluña se ha acusado al Gobierno español de inacción respecto al conflicto catalán. A esa inacción que personificaba Mariano Rajoy se le atribuía haber agravado el problema. La llegada de Sánchez a la Moncloa, moción de censura mediante, abrió una nueva fase. Por primera vez en años, Cataluña tenía en Madrid un Gobierno dispuesto a negociar tanto el día a día autonómico (mediante las comisiones bilaterales) como la crisis catalana. El límite, como no podía ser de otra manera, era el marco constitucional y estatutario. Este Gobierno lo único que ha recibido por parte de los partidos independentistas es dos enmiendas a la totalidad a los Presupuestos y todo tipo de gestos provocadores y desplantes. Sin PGE, la legislatura se acorta, como admitió Calvo, y la alternativa a Sánchez pueden ser PP, Ciudadanos y Vox. Así, el PSOE pagará un alto precio por haber confiado en un independentismo que también se daña a sí mismo, salvo que su objetivo siga siendo ese «cuanto peor, mejor» que desprecia a sus propios ciudadanos.