Ésta es una fábula fidedigna de aparentes vencidos, de poetas y críticos que creyeron en la libertad expresiva, en la originalidad, en las estéticas de la diferencia». Con esta rotundidad se muestra, en las palabras preliminares, Rodríguez Jiménez, autor de este profundo, personal y, por qué no decirlo, en ocasiones, encendido ensayo.

Antonio Rodríguez Jiménez (Córdoba, 1956) ha escrito numerosos libros de poesía, novelas, artículos y ensayos. Actualmente, tras dirigir el Instituto Cervantes de Fez, ejerce de profesor en la Universidad de Guadalajara (México). Aunque si hubiera que subrayar un dato en su dilatada trayectoria por la incidencia que tiene en este ensayo, ese es, sin duda, el de haber dirigido durante más de veinte años (hasta 2009), Cuadernos del Sur, que obtuvo, bajo su impulso, el Premio Nacional al Fomento de la Lectura.

Rodríguez pone sobre la mesa, con frases como la anterior, una idea que impregna La sociedad secreta de los poetas. Estéticas diferenciales de la poesía española contemporánea: que la resistencia ejercida, desde hace sesenta años, por aquellos autores (y autoras) frente a la uniformidad de la corriente dominante -el realismo-, ha sido titánica y que la autenticidad, la entrega y la búsqueda de una voz personal, les ha valido el aislamiento, la indiferencia y, en no pocos casos, el olvido, aunque, con el tiempo -y de ahí ese «aparentes vencidos»- algunos se hayan visto recompensados.

La sociedad secreta de los poetas persevera en una temática que el autor conoce en profundidad, como teórico y como poeta, el de la poesía de la diferencia, cuyo interés y militancia le llevó a publicar con anterioridad, hace justo veinte años, Elogio de la diferencia. Antología de poetas no clónicos. Con la salvedad de que el libro en que nos encontramos no es una antología, sino, como explica el propio Rodríguez Jiménez, un acercamiento teórico crítico a una serie de autores, cuarenta y ocho en total que, a su juicio, merecen la pena ser vindicados, al tiempo que denuncia y señala las connivencias de instituciones, medios y determinados autores, en impulsar y mantener una corriente monolítica, y las consiguientes situaciones de injusticia para los «desafectos» a esta manera gris de entender la poesía.

Para conducir al lector hasta este doble propósito, el autor articula el libro en dos partes: una introducción dividida en seis apartados, que sirve para contextualizar y dar unas pinceladas generales sobre el tema; y otra en la que se detiene en el análisis de cada poeta y de su obra, indicando qué la hace merecedora de trascender, qué simientes, en definitiva, han sido arrojadas hacia los surcos del futuro.

El mencionado proemio, en sus seis partes, nos sitúa de manera fluida y directa en ese panorama poético español de los últimos sesenta años de dominio del realismo para entrar a diseccionar los focos de resistencia, aislados o conformados por pequeños grupos, que han ido paulatinamente surgiendo. Entre ellos, este ensayo destaca el promovido, en los noventa del pasado siglo, por «un humilde medio de comunicación de una ciudad de provincias», en referencia a Cuadernos del Sur, que se convierte «en el centro del debate de la historia reciente de la poesía española contemporánea», nos dice Antonio Rodríguez. Desde este suplemento cultural se aglutinan, dinamizan y exponen sus ideas, los autores de las distintas estéticas de la diferencia, convirtiéndose, de ese modo, en altavoz de este grupo frente a lo que Rodríguez llama «poetas clónicos». Cuadernos del Sur, señala, realizó una importante labor de «rescate» de autores que corrían el riesgo de caer en el olvido; conectó con la poesía europea, contando para ello con las colaboraciones de autores de distintos países, y se convirtió en espacio de debate de los principales teóricos y críticos del momento.

Lo que trata de transmitir, y afirma en varios momentos el autor, es que la diferencia es un movimiento heterodoxo, en el que se dan cita poetas elegíacos, épicos, neobarrocos, surrealistas, existenciales, metafísicos, neomordenistas, urbanos, cultivadores del ruralismo y minimalistas, pero unidos en la ética y en la manera de aplicarla a la poesía.

A continuación, en lo que constituye el grueso del ensayo, Rodríguez Jiménez ha seleccionado a cuarenta y ocho poetas. Como sucede en trabajos de este tipo, es inevitable echar de menos algunos nombres, si bien es cierto que en la introducción se palpa el esfuerzo por citar a quien ha sido merecedor de ello. Además, nos aclara algunos de los criterios que ha seguido a la hora de decantarse por estos cuarenta y ocho: en primer lugar, todos han nacido en el siglo XX; todos son poetas de la diferencia y todos han mantenido, en un grado u otro, una relación personal con el autor. Insiste en que no se trata de una antología - ya se ocupó de ella con anterioridad- y que, por consiguiente, consiste en semblanzas, aproximaciones críticas, apoyadas en reseñas y estudios de Rodríguez y otros especialistas, así como en las palabras de los propios autores para con su obra.

Resulta destacable la atención que dedica a poetas andaluces (treinta y seis de los cuarenta y ocho), debido, obviamente, a la vecindad, pero también, y así lo hace constar varias veces, por la convicción de que se da una manera andaluza de acercarse y entender la poesía, una estética enraizada en lo arabigoandaluz y la sensualidad barroca, que da lugar «a un sentido de lo esencialmente lírico», compartido por autores tan dispares como Rafael Alberti, Pablo García Baena, Juana Castro o Carlos Clementson.

Los poetas estudiados ocupan la horquilla que va de la generación del 27 -con Alberti como único representante por ser el que tuvo relación personal con Rodríguez-, hasta la del 80, siendo la más joven Blanca Andreu. Entre ambas generaciones hay espacio para hablar de Cántico, cuyos componentes aparecen al completo (Julio Aumente, Juan Bernier, Pablo García Baena, Mario López, Ricardo Molina y Vicente Núñez) e incluye, por primera vez, a José de Miguel, autor tardío que publicó su primera obra con más de sesenta años; de la generación del 50, de los que recoge, entre otros, a Enrique Badosa, Antonio Gamoneda, Claudio Rodríguez o Rafael Guillén; de la difuminada generación del 60 (por encontrase atrapada entre la del 50 y los novísimos), autores como Ángel García López o Fernando Quiñones; de los novísimos o generación del 70, de los que «salva» únicamente a Guillermo Carnero y Pere Gimferrer entre los de Castellet, e incorpora a otros como Antonio Carvajal, Antonio Colinas o Ricardo Bellveser; y, por último, de la generación del 80, representada por voces discordantes con la «nueva sentimentalidad» -en pleno auge en esos años-, destacando especialmente, entre los reseñados, a dos mujeres: Concha García y Blanca Andreu, la primera por su investigación en el lenguaje y la segunda, en opinión de Rodríguez, porque su voz representaba la evolución natural de la poesía de los 80 que fue, de algún modo, silenciada, para imponer la corriente hegemónica.

Esta es, en definitiva, una fábula de outsiders propuestos con el tiempo al Premio Nobel, como Álvarez Ortega; de mujeres que abren una brecha en el sistema para que penetre la voz femenina, como Juana Castro; de poetas de mirada insobornable que, como Cántico, son rescatados por la generación siguiente; de los ignorados por tardíos, como De Miguel; de poetas, en definitiva, fieles a su llama interna y a lo que para ellos significa alimentar el fuego de la poesía.

El crítico Harold Bloom decía que la obra debe sobrevivir en función únicamente de valores estéticos y que lo que perdurará, más allá de modas o intereses creados, pertenece «al ministro de la muerte». Sea, pues, ese servidor del tiempo quien ponga a cada poeta en el lugar que le corresponde, tras un oficio que, lejos de otras estridencias, exige silencio, entrega y soledad.

‘La sociedad secreta de los poetas.

Estéticas diferenciales de la poesía española contemporánea’. Autor: Antonio Rodríguez Jiménez. Edita: Ediciones Carena. Barcelona, 2017.