Por todos los sitios por donde pasó, y ha pasado por muchos, Joaquín Bernier dejó su sello de hombre generoso. Una labor que a veces tuvo recompensa, como cuado la Federación de Peñas le concedió su máximo galardón, el Potro de Oro, o cuando el club blanquiverde de sus amores le otorgó su insignia --qué menos, para quien se dejó en él sudores y dinero particular--. Pero para Bernier la mayor satisfacción, según dice, es saberse útil a los demás --hasta por los animales se ha preocupado, impulsando la creación de perreras-- y alentar iniciativas de las que se beneficie la ciudad o se rinda homenaje a otros cordobeses, como cuando promovió el monumento dedicado a Matías Prats en la plaza del Zoco. Un tipo desprendido.