En el campamento de refugiados de Tinduf (Argelia), apenas quedan ya mujeres, niños y personas mayores o discapacitadas. Desde la ruptura del alto al fuego por parte de Marruecos, el pasado 13 de noviembre, cuando desplegó las armas en el paso de El Guerguerat para evitar que manifestantes civiles saharauis se plantaran de forma pacífica para pedir el fin del expolio marroquí, al que llevan asistiendo desde hace años, la determinación del pueblo saharaui está clara, conseguir la libertad o morir en el intento.

Zeina tiene 22 años y desde que viajó siendo una niña a Córdoba dentro del programa Vacaciones en paz mantiene el contacto con sus padres de acogida, Paco y Esther, y con la Asociación Cordobesa de Amistad con los Niños Saharauis, que recientemente hizo público un comunicado de apoyo solicitando una intervención urgente de la ONU y España.

Estos días, Zeina vive en primera persona el conflicto bélico al que se han visto abocados después de tres décadas esperando un referéndum por la autodeterminación del Sáhara Occidental, excolonia española, que el Consejo de Seguridad de la ONU se comprometió a propiciar en 1995 y que aún no se ha producido. Según relata, su vida ha estado marcada por ese paréntesis histórico, que dejó a su gente aparcada antes de que ella naciera. «Muchos hombres que lucharon en la guerra anterior con Marruecos ya han muerto mientras los jóvenes estamos condenados a vivir abandonados, entre el polvo y la miseria, sin paz ni libertad», sentencia al otro lado del teléfono en un momento en el que consigue cobertura y es posible la conexión, durante apenas unos minutos al día.

«La guerra para nosotros es muy difícil, Marruecos es más fuerte, pero no nos queda otra que luchar, estamos cansados de tantas mentiras y promesas en las que nos dicen que vamos a poder vivir libres y en paz y que nunca se cumplen», afirma con un español claro que aprendió en sus viajes a Córdoba, «ya solo nos queda la guerra, podemos perder vidas, a nuestros hermanos, pero no podemos seguir eternamente así».

Todos los jóvenes, algunos casi niños, se han embarcado en un conflicto bélico en el que, de momento, no se han producido bajas, pero del que ya han llegado los primeros heridos. «Las personas que estamos en los campamentos recibimos ahora la ayuda de Argelia, pero preferimos quedarnos con lo justo para que se lo lleven todo los que van a estar en el frente, para que estén fuertes y puedan luchar por nosotras», afirma Zeina, que insiste en cómo dos generaciones de jóvenes saharauis han convivido con esta situación de espera que se ha vuelto insostenible.

Aunque están recibiendo el apoyo y los ánimos de los españoles, con los que la relación sigue siendo fuerte, echan en falta la actuación de los gobiernos de España, que pese a ser el estado administrador, ha preferido desde el principio dejar pasar el tiempo sin actuar. «Nosotros somos los últimos en querer una guerra, no tenemos armas, esperamos la ayuda de Argelia, pero la vida que tenemos ahora no es vida y estamos decididos a darlo todo para que se nos oiga de una vez, Marruecos nos roba nuestro pescado, los productos de nuestro mar, controla lo que hacemos y se lleva lo que quiere mientras nosotros sufrimos y pasamos hambre y sed, por eso el Frente Polisario, decidió que había que reaccionar», comenta Zeina que estudió Derecho en Argelia, pero cuyas perspectivas de futuro, como la del resto de jóvenes, son nulas.

En plena pandemia, mientras el gobierno español, negocia con Marruecos y Argelia las repatriaciones de los inmigrantes que llegan en patera a las costas, el asunto del Sáhara no parece una prioridad. Está por ver si la potencia administradora ejerce como tal.